Los
Diamantes del Deseo.
El sentido del deseo por lo general, escapa
de todas las normas de la razón y suele ser el inicio o comienzo de una
apasionada historia de amor. El deseo entre dos personas se rige por complejos
mecanismos, que por lo general escapan de nuestro control consciente, este
plano de afinidad entre las parejas se vive con gran emoción.
Cuando se viven esos momentos, estas
circunstancias nos avocan a pensar o a percibir de que la otra persona,
comparte, piensa y siente los mismos intereses que uno mismo, pareciéndonos
inusitadamente una situación maravillosa, o al menos fuera de lo común.
Normalmente el deseo va parejo a una
atracción sexual, sin embargo precisa de una consiguiente habilidad, para poder
generar cierto interés erótico en la otra persona.
No solo influyen lo factores o criterios de
belleza que puedan ser condicionados por los cánones de la sociedad o que la moda nos señalen; si bien es cierto
siempre realizamos a primera vista e inconscientemente un análisis de la forma
y psicológica del rostro, agradádonos siempre los rasgos simétricos, y pasamos
inmediatamente a valorar sus rasgos gestuales, o de conducta, tales como pueden
ser su mirada, su expresión corporal, su simpatía, es decir los rasgos
interesantes de su personalidad que resultan ser los que ofrece al mundo.
Aunque también, somos observadores y nos
fijamos en su imagen personal y sus cuidados, como pueden ser el estilo, los hábitos
o bien los olores. Si existen coincidencias de edad, educación, economía,
creencias o afinidades sociales de valores y gustos resultaran ser las
similitudes de correspondencia o reciprocidad con las personas que nos gustan y
que les podemos gustar. Siendo este conjunto el sistema del lenguaje de
comunicación que despertará las feromonas y las sustancias que las estimulan
siendo imposible detener su expresión.
El amor es una enfermedad de las más jodidas y
contagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hondas ojeras delatan que
jamás dormimos, despabilados noche tras noche por los abrazos, o por la
ausencia de los abrazos, y padecemos
fiebres devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de decir
estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito de
polvo de quererme, como al descuido, en el café o en la sopa o el trago. Se
puede provocar, pero no se puede impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo
impide el polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada. El amor es
sordo al Verbo divino y al conjuro de las brujas. No hay decreto de gobierno
que pueda con él, ni pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas pregonen,
en los mercados, infalibles brebajes con garantía y todo.
(Eduardo
Galeano * El libro de los abrazos)
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