La matanza de Paracuellos. 1951 Picasso
"España: anatomía de una traición"
Una democracia frágil
ante el asalto institucional
España vive una etapa
de degradación institucional tan profunda que ha hecho saltar por los aires las
categorías tradicionales de análisis político. La polarización no es ya entre
derecha e izquierda, sino entre legalidad constitucional y ruptura encubierta
del orden democrático. Desde el año 2018, bajo una estrategia calculada por el
poder gobernante, se ha promovido una reconversión del Estado hacia formas
autoritarias enmascaradas de progresismo: manipulación judicial, desactivación
de los cuerpos de seguridad, cesiones al independentismo que bordean la
traición institucional, y una constante blanqueo de entornos vinculados al
terrorismo. Frente a este escenario, VOX surge como una respuesta radical, no
populista en su génesis, sino reactiva desde el trauma, la firmeza y la
denuncia de un proceso que podría calificarse como de disolución del Estado.
La colonización
institucional: una democracia saqueada desde dentro
Desde la moción de
censura de 2018, el PSOE ha dejado atrás toda lógica de gobierno democrático en
favor de una alianza progresiva con fuerzas que no solo no creen en la unidad
nacional ni en la Constitución, sino que han atentado directamente contra ellas:
ERC, Bildu, y otras formaciones herederas del proyecto totalitario o
identitario. La amnistía al independentismo catalán -pactada tras un chantaje
electoral- no ha sido un gesto de reconciliación, sino una rendición del Estado
ante los enemigos del orden constitucional.
El desmantelamiento de
las estructuras de vigilancia de fronteras, de lucha antidroga y de cuerpos
especializados de seguridad del Estado es coherente con esta estrategia: un
Estado que se disuelve en nombre de una idea falsificada de progreso. La
colonización de instituciones mediante el nombramiento directo de afines al
partido -incluso con perfiles sin estudios ni formación- no es una anécdota; es
la destrucción del principio meritocrático que garantiza la neutralidad del
Estado.
Más aún: la
introducción del 25% de jueces por la vía del nombramiento político, sin
oposición, representa un asalto directo al principio de separación de poderes,
y una amenaza existencial para el Estado de Derecho.
De las víctimas del
terrorismo a la glorificación del verdugo
Uno de los aspectos más
inquietantes de la actual deriva política es la perversa relectura de la
historia reciente. La izquierda ha conseguido naturalizar, con el apoyo de los
medios afines, una narrativa donde los terroristas de ETA son tratados como
interlocutores válidos, mientras se silencia o se margina a las víctimas. Las
cesiones políticas a Bildu -que hoy tiene acceso al BOE mediante pactos
parlamentarios- son un insulto a los miles de ciudadanos que sufrieron la
violencia terrorista.
En este contexto, el
discurso de VOX, lejos de ser un populismo oportunista, recoge un clamor de
justicia silenciado: el de las víctimas, los cuerpos de seguridad humillados, y
los ciudadanos que aún creen en la ley como pilar irrenunciable de la
convivencia. No es extraño que haya sido fundado por víctimas directas del
terrorismo, como José Antonio Ortega Lara, ni que continúe siendo un refugio
político para quienes ven con horror cómo el relato institucional se invierte,
convirtiendo en demócratas a quienes jamás han pedido perdón por matar.
El precio filosófico:
generaciones sin referentes, Estado sin alma
La crisis que vive
España no es solo política o económica: es antropológica. Las nuevas
generaciones han crecido bajo un sistema educativo que ha sustituido el estudio
riguroso de la historia por un relato ideológico. La moral cívica ha sido
reemplazada por el relativismo cultural; la justicia, por el reparto clientelar
de privilegios. Así, la juventud española es hoy una generación expuesta al
adoctrinamiento, sin formación ética ni afecto por la patria. Se les ha
enseñado a desconfiar del Estado, a renegar de su historia y a despreciar los
valores fundacionales de la democracia constitucional.
En este vacío
simbólico, VOX ha sabido posicionarse no como una fuerza tecnocrática, sino
como una fuerza identitaria que articula un sentido de pertenencia, orden y
justicia. Su lenguaje de defensa nacional, seguridad, propiedad, y unidad ha
calado no por su agresividad, sino porque es el único que se atreve a decir lo
que muchos temen reconocer: que España está siendo desmontada pieza por pieza
desde dentro.
Entre la rebelión
constitucional y la sumisión suicida
España vive hoy una
encrucijada crítica: o recupera su arquitectura institucional, su moral pública
y su memoria verdadera, o se precipita hacia un modelo de democracia simulada,
donde el poder se ejerce sin control, la justicia se reparte por cuotas, y la
nación se convierte en un mosaico de feudos ideológicos.
Los partidos
tradicionales, especialmente el Partido Popular, han mostrado una tibieza
inaceptable, más preocupados por el cálculo electoral que por el deber
histórico. Han renunciado a liderar una resistencia real, permitiendo que el
PSOE y sus aliados subviertan el orden sin verdadera oposición.
La ética pública ha
sido sustituida por un cinismo sistémico, donde la mentira se normaliza, el
adversario político se convierte en enemigo, y la justicia se degrada a un
instrumento más de la batalla cultural. La oposición, encabezada por el Partido
Popular, lejos de actuar como un contrapeso democrático, se limita a ejercer
una resistencia simbólica, que termina siendo funcional al mantenimiento del
statu quo. La reciente convocatoria de una manifestación bajo el lema “¿Mafia o
Democracia?” a escasos días de una reunión con el gobierno revela un doble
juego insostenible: una crítica estética sin compromiso ético.
Frente a esta
parálisis, la existencia de VOX no es solo legítima, sino necesaria. Su
aparición marca el fracaso de un sistema que ha traicionado a sus ciudadanos.
Pero también representa una advertencia: si el sistema político no se regenera
desde los principios constitucionales, si las instituciones no se liberan del
secuestro partidista, el futuro no será ni democrático ni libre.
España no necesita una
revolución, sino una restauración: del mérito, de la justicia, de la verdad y
de la dignidad.
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