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viernes, 5 de mayo de 2023

Es eso el amor......Anybody Seen My Baby

 



¿ES ESO EL AMOR?

El sentimiento del amor, en multitud de ocasiones indomable, siempre ha sido víctima de las distintas clasificaciones que las civilizaciones han querido darle, así por ejemplo Los griegos, de hecho, identificaron siete tipos distintos de amor: desde el que se siente por uno mismo hasta el sentimiento desenfrenado por un amante.

Así pues ¿Qué es el amor romántico?, ¿Enamorarse y amar es lo mismo? Reflexionar sobre este increíble y fascinante sentimiento, capaz de proporcionarnos felicidad y sufrimiento a partes iguales, solo puede acercarnos más a nuestra propia voz.

Al otro lado de ese continente de los griegos, una civilización antigua, como la Inca, no se tomó tantas molestias para clasificar las maneras de amar: prefirió magnificar el sentimiento que nos ocupa en una única cualidad que debía regir cada uno de nuestros actos. El “munay” Inca integra el amor a uno mismo, al prójimo y al entorno, un concepto que conforma gran parte de la cosmovisión andina y que apela a la raíz del verdadero amor más que al tipo de relación amorosa. Así, aseguraban que amar debe ser vivir, evolucionar, liberarse, integrar, perdonar, intensificar e iluminar. 

En la actualidad vivimos tiempos de volatilidad, de continuas prisas, donde uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose. Deambulamos en busca de una felicidad inmediata, estimulados por una cultura superconsumista y embelesada en la propiedad privada que impregna la cotidianeidad. El tiempo ya no es vida, tan solo oro. 

Al parecer ya no importa el tipo de persona que eres ni cómo tratas a los demás sino que, por el contrario, lo que trasciende es la imagen o caricatura de ti mismo que logras proyectar en las redes sociales, es decir, la representación a la realidad. Afirmemos que en realidad en la actualidad prolifera el narcisismo, luego ¿Qué pasa con el amor?

Las relaciones interpersonales han perdido profundidad. Generar un vínculo que perdure en el tiempo resulta un esfuerzo titánico debido a nuestra intolerancia a la imperfección humana. No hay cabida para las equivocaciones ni para los defectos, se prescinden de las segundas oportunidades. Ya no hace falta detenerse en rasgar un poco la superficie de la persona para verdaderamente conocerla más allá de su fachada, las ideas preconcebidas o prejuicios ya la han sentenciado. ¿Para qué perder el tiempo si podemos encontrar a otra persona en una aplicación de citas? es en realidad la tragicomedia acerca de las relaciones individuales y colectivas que nos ha tocado escenificar, podríamos ahora preguntarnos si ¿es posible repensar el amor de otra manera?

La historia de la existencia de una supuesta alma gemela no ha hecho más que fortalecer ese modelo de amor popular que se aleja de la realidad dada su improbabilidad estadística. El mito del amor romántico se convierte, en ocasiones, en un sueño del que no queremos despertarnos porque, mientras estemos dormidos, logrará ahuyentar una soledad involuntaria difícil de soportar. La idea de que en algún lugar habita una persona predestinada es muy seductora, nos narcotiza, nos proporciona consuelo.

En occidente admiten diferentes conceptos que admiten diferentes combinaciones donde la intimidad, la pasión y el compromiso como “teoría triangular del amor“, se erigen en los tres componentes que, debidamente conjugados, dan lugar a siete tipos de amor.

Según los griegos, el “philautia” o amor propio debería ser el principal interés de todo humano: es el que permite el resto de devaneos.

Cuando más que ser un interés, el amor se revela absolutamente desinteresado, firme y cierto y, además, se basa en la admiración y el respeto hacia otra persona, provocando que solo se desee su bien, estaríamos ante lo que los antiguos griegos denominaban “philia”, una categoría que Aristóteles redujo a la de pura amistad en aras del bien común en su Ética a Nicómaco.

En las antípodas de dicha “philia” se encontraría “ludus”, que viene a ser el amor puramente sexual, ese en que los amantes se entregan con ferocidad salvaje a procurarse el máximo placer carnal.

A pesar de que “ludus” pueda parecer nacido de un instinto más animal que humano, no deberíamos olvidar que, en muchas ocasiones, esa fogosidad inicial de una relación va evolucionando, con el tiempo, hasta convertirse en eso que algunos románticos aún llaman amor verdadero. El “pragma” griego es ese tipo de amor que conforman el tiempo y la confianza, la aceptación de las diferencias y, por tanto, la multiplicación de las afinidades.

Muy a menudo, las diferencias de la persona amada son asumidas por el amante como imperfecciones. Pero cuando, a pesar de dichas imperfecciones, se persigue a toda costa el bienestar de la persona amada, surge el ágape o amor incondicional, en que predomina la ternura. Curioso cómo el ágape griego tornó, en latín, en las comidas fraternales que compartían los primeros cristianos.

Las imperfecciones de la persona amada son, en no pocas ocasiones, ignoradas por quien ama. Tanto que llega a convertirlas incluso en virtudes. En tales ocasiones, el deseo, la atracción sexual, la intensidad y el apasionamiento idealizan el amor que se siente y empujan a cometer verdaderas locuras. El eros representaba, para los antiguos griegos, ese amor romántico exacerbado.

Sin embargo, cuando reproducimos el modelo de amor romántico se produce una excesiva idealización y sacrificio por el otro. Nuestras esperanzas de plenitud son depositadas únicamente en la persona amada. Todo empieza a girar en torno a ella, desencadenando una dependencia emocional que acaba por normalizar los celos, las inseguridades y el control como mecanismos legítimos para demostrar el amor. La fantasía del modelo romántico considera que la pasión del cuerpo siempre será continua e inagotable, provocando sentimientos de culpabilidad a la parte que un día se despierte y ya no lo tenga. Además, consta de un arraigado sufrimiento y abnegación por el otro, ya que cualquier renuncia es poca con tal de transitar hacia aquel amor verdadero y omnipotente que todo lo puede, y sobre el que no dejamos de creer que perdurará para toda la vida.

La posesión es otra de las características más comunes que lo sustentan, pero en realidad lo que no se nos explica es que, a medida que se piensa en nuestro compañero como propiedad, el vínculo se mercantiliza. Entre propiedades, hay un intercambio dominado por la lógica de la ganancia. “Te doy con la condición de recibir lo mismo como contraprestación”, convirtiendo al amor en un bien de consumo, un acuerdo comercial del que se requiere un beneficio para continuar la relación. ¿Es eso el amor?.


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