¿ES ESO EL AMOR?
El
sentimiento del amor, en multitud de ocasiones indomable, siempre ha sido
víctima de las distintas clasificaciones que las civilizaciones han querido darle,
así por ejemplo Los griegos, de hecho, identificaron siete tipos distintos de
amor: desde el que se siente por uno mismo hasta el sentimiento desenfrenado
por un amante.
Así pues ¿Qué es el amor romántico?, ¿Enamorarse y amar es lo
mismo? Reflexionar sobre este increíble y fascinante sentimiento, capaz de
proporcionarnos felicidad y sufrimiento a partes iguales, solo puede acercarnos
más a nuestra propia voz.
Al
otro lado de ese continente de los griegos, una civilización antigua, como la Inca,
no se tomó tantas molestias para clasificar las maneras de amar: prefirió
magnificar el sentimiento que nos ocupa en una única cualidad que debía regir
cada uno de nuestros actos. El “munay” Inca integra el amor a uno
mismo, al prójimo y al entorno, un concepto que conforma gran parte de la
cosmovisión andina y que apela a la raíz del verdadero amor más que al tipo de
relación amorosa. Así, aseguraban que amar debe ser vivir, evolucionar,
liberarse, integrar, perdonar, intensificar e iluminar.
En
la actualidad vivimos tiempos de volatilidad, de continuas prisas, donde uno se
explota a sí mismo y cree que está realizándose. Deambulamos en busca de una
felicidad inmediata, estimulados por una cultura superconsumista y embelesada
en la propiedad privada que impregna la cotidianeidad. El tiempo ya no es
vida, tan solo oro.
Al parecer ya no importa el tipo de persona que eres ni cómo
tratas a los demás sino que, por el contrario, lo que trasciende es la imagen o
caricatura de ti mismo que logras proyectar en las redes sociales, es decir, la representación a la realidad. Afirmemos que
en realidad en la actualidad prolifera el narcisismo, luego ¿Qué pasa con el
amor?
Las
relaciones interpersonales han perdido profundidad. Generar un vínculo que
perdure en el tiempo resulta un esfuerzo titánico debido a nuestra intolerancia
a la imperfección humana. No hay cabida para las equivocaciones ni para los
defectos, se prescinden de las segundas oportunidades. Ya no hace falta
detenerse en rasgar un poco la superficie de la persona para verdaderamente
conocerla más allá de su fachada, las ideas preconcebidas o prejuicios ya la
han sentenciado. ¿Para qué perder el tiempo si podemos encontrar a otra persona
en una aplicación de citas? es en realidad la tragicomedia acerca de las
relaciones individuales y colectivas que nos ha tocado escenificar, podríamos ahora
preguntarnos si ¿es posible repensar el amor de otra manera?
La historia de la existencia de una supuesta alma gemela no
ha hecho más que fortalecer ese modelo de amor popular que se aleja de la
realidad dada su improbabilidad estadística. El mito del amor romántico se
convierte, en ocasiones, en un sueño del que no queremos despertarnos porque,
mientras estemos dormidos, logrará ahuyentar una soledad involuntaria difícil
de soportar. La idea de que en algún lugar habita una persona predestinada es
muy seductora, nos narcotiza, nos proporciona consuelo.
En occidente admiten diferentes conceptos que admiten
diferentes combinaciones donde la intimidad, la pasión y el compromiso como
“teoría triangular del amor“, se erigen en los tres componentes que,
debidamente conjugados, dan lugar a siete tipos de amor.
Según
los griegos, el “philautia” o amor propio debería ser el principal interés de
todo humano: es el que permite el resto de devaneos.
Cuando más que ser un interés, el amor se revela
absolutamente desinteresado, firme y cierto y, además, se basa en la admiración
y el respeto hacia otra persona, provocando que solo se desee su bien,
estaríamos ante lo que los antiguos griegos denominaban “philia”, una
categoría que Aristóteles redujo a la de pura amistad en aras del bien común en
su Ética a Nicómaco.
En las antípodas de dicha “philia” se
encontraría “ludus”, que viene a ser el amor puramente sexual, ese en
que los amantes se entregan con ferocidad salvaje a procurarse el máximo placer
carnal.
A pesar de que “ludus” pueda parecer nacido de un
instinto más animal que humano, no deberíamos olvidar que, en muchas ocasiones,
esa fogosidad inicial de una relación va evolucionando, con el tiempo, hasta convertirse
en eso que algunos románticos aún llaman amor verdadero. El “pragma” griego
es ese tipo de amor que conforman el tiempo y la confianza, la aceptación de
las diferencias y, por tanto, la multiplicación de las afinidades.
Muy a menudo, las diferencias de la persona amada son
asumidas por el amante como imperfecciones. Pero cuando, a pesar de dichas
imperfecciones, se persigue a toda costa el bienestar de la persona amada,
surge el ágape o amor incondicional, en que predomina la
ternura. Curioso cómo el ágape griego tornó, en latín, en las comidas
fraternales que compartían los primeros cristianos.
Las
imperfecciones de la persona amada son, en no pocas ocasiones, ignoradas por
quien ama. Tanto que llega a convertirlas incluso en virtudes. En tales
ocasiones, el deseo, la atracción sexual, la intensidad y el apasionamiento idealizan
el amor que se siente y empujan a cometer verdaderas locuras. El eros representaba,
para los antiguos griegos, ese amor romántico exacerbado.
Sin
embargo, cuando reproducimos el modelo de amor romántico se produce una
excesiva idealización y sacrificio por el otro. Nuestras esperanzas de plenitud
son depositadas únicamente en la persona amada. Todo empieza a girar en torno a
ella, desencadenando una dependencia emocional que acaba por normalizar los
celos, las inseguridades y el control como mecanismos legítimos para demostrar
el amor. La fantasía del modelo romántico considera que la pasión del
cuerpo siempre será continua e inagotable, provocando sentimientos de
culpabilidad a la parte que un día se despierte y ya no lo tenga. Además,
consta de un arraigado sufrimiento y abnegación por el otro, ya que cualquier
renuncia es poca con tal de transitar hacia aquel amor verdadero y omnipotente
que todo lo puede, y sobre el que no dejamos de creer que perdurará para toda
la vida.
La
posesión es otra de las características más comunes que lo sustentan, pero en
realidad lo que no se nos explica es que, a medida que se piensa en nuestro
compañero como propiedad, el vínculo se mercantiliza. Entre propiedades, hay
un intercambio dominado por la lógica de la ganancia. “Te doy con la
condición de recibir lo mismo como contraprestación”, convirtiendo al amor en
un bien de consumo, un acuerdo comercial del que se requiere un beneficio para
continuar la relación. ¿Es eso el amor?.
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