Matices
del ser humano
El ser humano es dueño
de su destino y que, para ello, solo tiene que tomar sus propias decisiones
amparadas en el sentido profundo de su existencia, que nunca ha de ser la
infelicidad, por mucho sufrimiento que se soporte.
La voluntad de sentido
es el hallazgo de un argumento, una razón que nos permita orientar nuestra
vida, nuestros pensamientos y motivaciones hacia un objetivo que valide de
manera razonable nuestra forma de obrar y conducirnos en el mundo que nos ha tocado
vivir. Cuando una persona se rige por la voluntad de sentido no hallará la
frustración que encuentran aquellas que únicamente persiguen el placer o el
poder.
Esa carencia de
frustración le salvará, por tanto, del peligroso vacío existencial en que se
dejan atrapar tantos y que, a la vista está, no favorece el progreso individual
ni social. No hay nada ni nadie que no guarde algo bueno, y saber
apreciarlo es prueba de sabiduría. Pero hay quienes, movidos por la envidia y
la maldad, entre mil virtudes sólo perciben el mínimo defecto, que incluso
censuran y celebran: “Más feliz es el gusto de otros que, entre mil defectos,
toparán luego con una sola perfección que se le cayó a la ventura”. “Es pasión
de necios la prisa”.
No puede haber vida
buena, ni cultura, ni saber, ni buena conversación en los tiempos acelerados de
la premura. Elegir la lentitud es tomar partido por la profundidad de los
pensamientos y los sentires. Es aprovechar cada instante frente al
atropellamiento y el ajetreo incesante, al contrario de quienes “como van con
tanta prisa, acaban enseguida con todo”.
Elegir la lentitud
infunde valor a lo que hacemos: “Lo que se hace deprisa, deprisa se
deshace; mas lo que ha de durar una eternidad, ha de tardar otra en
hacerse”, podremos comprender que la aceptación de las dificultades en
base a un sentido último viene de lejos y no implica una actitud
derrotista ante la vida sino, tal vez, una vitalidad mayor ante los reveses que
esta nos propina.
Quizá convenga recordar
algo que pudiera parecer evidente. La filosofía no es autoayuda. La
autoayuda nos incita a gestionarnos y adaptarnos a lo dado, mientras que la
filosofía cuestiona lo dado.
La autoayuda es un
negocio que promete felicidad a cambio de adaptación (ahora lo llaman
resiliencia); la filosofía, por su parte, nos abastece de armas intelectuales y
nos entrena para no ser esclavos emocionales. No es autoayuda porque,
sencillamente, cuestiona lo que la autoayuda da por hecho.
La autoayuda parte de
una perspectiva pasiva y de sometimiento; la filosofía pide y ejerce la
actividad. La autoayuda es un negocio que vende la felicidad como un producto
de consumo, mientras que la filosofía piensa qué estructuras facilitan el
imperativo de la felicidad.
En definitiva, la
autoayuda reacciona (tarde y desde lo ya establecido) y la filosofía actúa
(desde el principio y desde los cimientos).
El matiz es esencial.
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