"De
la Hégira al Siglo XXI: Continuidades de la Instrumentalización Religiosa"
El relato que traza una
línea larga desde los orígenes del islam hasta las manifestaciones políticas
contemporáneas ofrece, pese a sus limitaciones, una lectura útil para quienes
buscan comprender cómo elementos religiosos, militares y políticos pueden
articularse y perdurar a través de los siglos. Sostener que la religión, en
tanto institución y tradición interpretada por actores concretos, puede
funcionar como vehículo de poder político no es una tesis extravagante: la
historia global abunda en ejemplos donde convicciones religiosas se integraron
a proyectos estatales y militares. Desde esa perspectiva, el texto cumple una
función legítima: alerta sobre la posibilidad de instrumentalización religiosa
y sobre las continuidades ideológicas que pueden trascender épocas.
En
primer lugar, el relato enfatiza la conversión del movimiento protoislámico en
una estructura política tras la hégira y la consolidación en Medina. Desde un
punto de vista histórico y sociológico, resulta razonable señalar que cuando
una comunidad religiosa adquiere control territorial y capacidad coercitiva,
sus normas religiosas pasan a desempeñar también funciones administrativas,
fiscales y militares. El ejemplo de la jizya como tributo o la existencia de
regímenes diferenciados para comunidades no musulmanas ilustran cómo normas
religiosas pueden adaptarse a la gobernanza y al mantenimiento del orden
político. Señalar esto no equivale a afirmar que la religión “es” violencia en
sí misma, sino que la lógica institucional puede producir desigualdades cuando
se combina con el monopolio de la fuerza.
En
segundo lugar, el relato identifica la persistencia de símbolos, marcos
narrativos y prácticas que distintos actores han reutilizado a lo largo del tiempo
para legitimar conquistas o exclusiones. El uso instrumental de mitos
fundacionales, la construcción de una identidad que distingue “adentro” y
“afuera”, y la legitimación de la violencia como medio político son recursos
que reaparecen en múltiples tradiciones. Reconocer estos patrones permite
entender, por ejemplo, cómo movimientos contemporáneos radicales apelan a una
lectura selectiva del pasado para justificar ambiciones territoriales o de
poder. Esa conexión, la memoria histórica convertida en maquinaria legitimadora,
es una aportación interpretativa valiosa del relato.
Además,
el texto subraya factores materiales que reconfiguraron el mapa geopolítico del
siglo XX y que facilitaron la reemergencia de proyectos políticos basados en la
religión: los recursos energéticos y los cambios políticos en la región
(naciones rentistas, revoluciones, guerras coloniales y poscoloniales).
Reconocer que el hallazgo de hidrocarburos o la emergencia de regímenes
teocráticos pueden proporcionar a determinadas organizaciones recursos,
infraestructura y legitimidad para proyectarse internacionalmente es una
observación que conecta economía política con seguridad internacional. En
términos prácticos, esta lectura justifica políticas públicas que no ignoren
las dimensiones económicas y ideológicas de los conflictos contemporáneos.
“El MISMO TROPEZON CON EL ISLAM”
“Así que lo que voy a hacer ahora es
condensar 1.400 años de historia islámica en cinco minutos y hacerlo lo más
emocionante posible, porque no entendía el valor de la historia cuando era un
infante. Pero ahora, a esta edad, aprecio la historia. Ahora entiendo por qué
dicen que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla.
Para que puedas entender por qué la
civilización occidental es muy diferente al mundo islámico, necesitas
comprender la historia del islam: cuando el profeta Mahoma supuestamente
recibió su revelación del ángel Gabriel, y que él debía ser el último de los
profetas.
A principios del año 600 comenzó a
predicar en su propia ciudad, La Meca. Intentó reclutar amigos y seguidores
para poder difundir su religión; lo intentó durante doce años y fracasó.
Después de esos doce años solo pudo reclutar a su familia inmediata y a algunos
amigos, así que decidió trasladarse a Medina, que era el centro judío de
Arabia, el centro de negocios donde vivían los judíos.
Si iba allí y predicaba su religión, si
lo aceptaban, eso le daría respeto y estatus entre su propia gente y ellos lo
reconocerían. Entonces el profeta Mahoma empezó a tomar prestado mucho del
Antiguo Testamento para hacer su religión más aceptable para los judíos, para
hacerla mucho más similar.
Por eso se observan muchas similitudes
entre el judaísmo y el islam. Por ejemplo: los judíos no comen cerdo; los
musulmanes no comen cerdo. Los judíos rezan varias veces al día; los musulmanes
rezan varias veces al día. Los judíos ayunan en Yom Kipur; los musulmanes
ayunan en Ramadán. Por eso empezamos a ver muchas semejanzas.
Al principio del Corán, cuando el
profeta Mahoma decía todas las cosas buenas sobre la “gente del Libro”, tomó
ese mensaje y fue a Medina tratando de reclutar a los judíos, hablando de cuán
similares eran las dos religiones. Cuando ellos se negaron a aceptarlo y a
seguirlo como el último de los profetas, fue entonces cuando se volvió contra
ellos y empezó a matarlos y a expulsarlos.
Entonces el islam pasó de ser un
movimiento espiritual durante los primeros doce años a convertirse en un
movimiento político disfrazado de religión. Después de la hégira, cuando Mahoma
fue a Medina y los judíos no lo aceptaron, se convirtió en un guerrero militar,
les declaró la guerra y comenzó a expulsarlos. Judíos y cristianos se
convirtieron en dhimmíes o ciudadanos de segunda clase. Solo se les permitía
seguir vivos; no serían asesinados únicamente si pagaban el impuesto de
protección, por lo que tenían la elección de convertirse al islam o, si querían
seguir con vida, tenían que pagar la jizya o impuesto de protección, viviendo
como dhimmíes en la nación islámica.
Los cristianos y judíos no podían tocar
la campana de la iglesia; los judíos tampoco podían tocar el shofar; no podían
rezar en público; tampoco los cristianos y los judíos podían reunirse y
construir nuevas iglesias o templos. La forma en que pagaban la jizya o el
impuesto de protección se realizaba en una ceremonia mensual en la que se
reunían en el centro; el judío se arrodillaba y entregaba sus bienes al mulá,
quien tomaba los bienes como pago por la protección, y en muchas zonas a los
judíos y cristianos se les daba collares para que los usaran como recibo de que
habían pagado su impuesto de protección.
Los cristianos y los judíos eran
tratados como ciudadanos de segunda clase.
El islam siguió creciendo. A medida que
el islam se expandía, más personas se convertían en dhimmíes. A los judíos y cristianos
se les dio ropa identificable: la estrella amarilla que muchos piensan que es
una invención alemana en el siglo XX fue, según algunas fuentes, una medida de
identificación en el siglo IX en Irak bajo el califa al-Mutawakkil. Se la hizo
llevar para identificar a los judíos al caminar por la calle; se les
consideraba impuros, y si un hombre musulmán y un judío caminaban por el mismo
lado de la calle, el judío debía cruzar al otro lado para que el musulmán no se
ensuciara con la supuesta inmundicia del judío.
A los cristianos se les impuso otro
distintivo, una cinta o cinturón, que a muchos hombres les resulta familiar hoy
en día. El islam continuó creciendo. Llegaron hasta Jerusalén y la
conquistaron. A los cristianos no se les permitía tocar las campanas de sus
iglesias en Jerusalén.
El Papa en Roma, en 1090, preguntó a los
cristianos cómo podían quedarse de brazos cruzados y permitir que sus hermanos
sufrieran; por eso se lanzaron las Cruzadas. Las Cruzadas no se lanzaron
simplemente porque los cruzados quisieran levantarse una mañana e ir a
convertir a un montón de musulmanes o decapitarlos.
Las Cruzadas se lanzaron para liberar
Jerusalén; lograron liberarla durante menos de cien años, antes de que Saladino
la recuperara y Jerusalén quedara bajo control islámico.
Hasta 1967, cuando el Estado de Israel
liberó Jerusalén, cristianos, judíos y musulmanes podían rezar bajo el mismo
cielo. Los cruzados continuaron luchando contra el islam durante 300 años y
fracasaron.
Para el año 1300 los cruzados habían
desaparecido porque no pudieron vencer al islam. El islam continuó
expandiéndose. Llegó hasta Europa Central; llegó hasta China; fue a la India;
conquistó España, cambiando el nombre de España a al-Ándalus. A medida que
conquistaban más naciones, más personas pagaban la jizya o impuesto de
protección, y así fue como creció el imperio islámico. Llegaron hasta que
fueron detenidos en las puertas de Viena el 11 de septiembre. El 11 de
septiembre, no es una fecha que Osama Bin Laden eligió al azar. El 11 de
septiembre es una fecha simbólica en el calendario islámico
Para el año 1600, el islam había
cubierto más superficie terrestre que el Imperio Romano en su apogeo. Entre
1600 y 1800, los europeos experimentaron la revolución industrial, que les
permitió inventar productos en líneas de fábrica, obtener ingresos y vender
productos; esto a su vez les dio los recursos para construir ejércitos fuertes
y luchar contra los musulmanes, lo que les permitió detenerlos en las puertas
de Viena.
El imperio islámico terminó en 1924: el
califato islámico terminó en Turquía por iniciativa de Mustafa Kemal Atatürk,
quien era secularista. Él disolvió el imperio islámico y otorgó a las mujeres
el derecho al voto, el derecho a la educación, el derecho a trabajar y a elegir
marido. Prohibió que las mujeres usaran el hiyab; prohibió que los hombres
llevaran barba. Muchos musulmanes lo odiaron y lo consideraron influido por
otras religiones; circularon rumores sobre su origen y linaje.
El Califato Islámico había existido
durante 1400 años y terminó hace menos de 100 años para cuando el Califato
Islámico terminó en 1924. Con estimaciones de varios millones de personas en
todo el mundo habían sido asesinadas por el Islam. Increíblemente y no tenían
armas de destrucción masiva ni había armas nucleares. Todas estas personas
fueron asesinadas masacradas a espada. La gente en el mundo desde hace menos de
cien años: ¿cuántas personas conocían esta historia?
Nosotros, en los países occidentales,
hemos fallado en educar a nuestros hijos sobre la historia. En la secundaria,
si preguntas a un joven de 16,17 o 18 años sobre la Segunda Guerra Mundial,
muchos ni siquiera pueden decirte qué pasó en ella. Para ellos es historia
antigua, y aún tenemos veteranos de la Segunda Guerra Mundial caminando entre
nosotros. Así de poco sabemos de historia.
El islam terminó en 1924 con el
califato. La gente pensaba que el islam o el califato nunca serían resucitados;
que el califato nunca volvería. Pero ocurrieron dos hechos en Oriente Medio en
el siglo pasado que permitieron a los islamistas resucitar la idea del
califato. La primera fue el descubrimiento de petróleo en Arabia Saudita, que,
una vez descubierto, permitió a ciertos grupos controlar recursos energéticos y
utilizar esos recursos políticamente. Y la segunda fue la llegada al poder del
ayatolá Jomeini en 1979. Eso le dio a los islamistas dinero y cobertura
espiritual para proyectarse en el escenario mundial. La gente dice que algunos
países exportaron una forma radical de religión; sin embargo, los grupos
salafistas u otros no son necesariamente una secta distinta del islam; ellos
proclaman seguir la predicación que, según su interpretación, es la auténtica
del profeta Mahoma, la forma en que él vivió y practicó su religión. Por eso,
según su punto de vista, ni tú ni yo ni ningún “infiel” podemos poner un pie en
La Meca, porque para ellos nosotros somos impuros y, como infieles, no se nos
permite entrar; ni al presidente Obama ni a nadie más.
De hecho, Al Qaeda solía usar a Arabia
Saudita y su éxito como excusa para reclutar miembros, mostrando cómo, según
ellos, Alá había bendecido a Arabia Saudita por adherirse a los principios del
islam. Hoy hablamos de ISIS. ISIS no es una invención nueva: resucitó la noción
del califato que terminó hace menos de cien años. Sin embargo, somos demasiado
ignorantes y desinformados para comprender por qué ISIS hace lo que hace y por
qué tiene éxito.
Hay dos cosas que necesitas entender
sobre el islam y los principios de la guerra en el islam. Una es la táctica de
engaño, que describe la posibilidad, según algunas interpretaciones, de
utilizar la astucia en la guerra o en la diplomacia. La segunda cosa es lo que
el texto llama el principio del tratado de paz como estrategia de guerra,
tomando como ejemplo un episodio en la vida del profeta Mahoma: el texto relata
que Mahoma atacaba a los mequíes y sus caravanas cuando vivía en Medina; en una
ocasión firmó un tratado de diez años con ellos, lo usó durante dos años para
fortalecer su ejército y, cuando creyó estar lo suficientemente fuerte, rompió
el tratado y atacó, conquistando La Meca en un corto plazo. Según el texto,
esto se convirtió en un principio de guerra en el islam.
Para ejemplificar cómo se aplican estos
principios hoy, el texto afirma que cualquier tratado firmado con Irán no
significaría nada para ellos, y pone como ejemplo a Yasser Arafat, quien,
siendo musulmán pero no islamista, se reunió con los israelíes y firmó los
Acuerdos de Oslo en 1993. Según el texto, Arafat utilizó el tratado para lograr
que Israel le devolviera territorio, financiara su ejército, entrenara su
policía y le entregara armas; ocho años después rompió el acuerdo y declaró la
segunda Intifada en el año 2000. El texto relata que Arafat se refería con “la
judería” a una táctica de engaño que, según el autor original, resultó
comprensible para el mundo musulmán pero no para Occidente ni para muchos
israelíes.
Yasser Arafat, según el documento,
utilizó el tratado de paz para ganar y engañar a su enemigo; el texto explica
que cuando la prensa jordana o egipcia preguntaba a Arafat cómo pudo firmar un
tratado con “los judíos”, la respuesta fue “recuerda la judería”, y el autor
sostiene que el mundo musulmán entendía a qué se refería.
Así que, según el documento, cuando Irán
firma un tratado de diez años con Estados Unidos, los estaría usando como
tontos útiles; como personas crédulas e ignorantes, firmamos tratados de paz
pensando que solucionamos problemas cuando, según esta visión, los firmantes persiguen
otros fines. Por eso, se concluye que es muy importante ser prudente sobre a
quién vamos a elegir como líderes en los países occidentales en los próximos
años”.
Finalmente,
desde una perspectiva pedagógica y de opinión pública, el relato funciona como
un llamado a la educación y la formación crítica. Si la afirmación central es
que el desconocimiento de la historia contribuye a repetir errores, entonces
fomentar alfabetización histórica y geopolítica se convierte en una prioridad.
Advertir de amenazas potenciales, exponer episodios de violencia del pasado y
analizar estrategias de movilización ideológica no constituyen per se actos de
hostigamiento: pueden ser elementos necesarios para diseñar respuestas de
seguridad y políticas de integración que sean informadas y realistas.
En resumen, apoyar el relato desde un punto de vista analítico no equivale a validar afirmaciones groseras o deshumanizadoras, sino a reconocer que existe un núcleo problemático en su tesis: la posibilidad real de que religiones organizadas, en contextos de poder y escasez, sean utilizadas para fines políticos y militares. Comprender esa posibilidad ayuda a desarrollar políticas preventivas, herramientas educativas y análisis estratégicos más sólidos