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viernes, 5 de septiembre de 2025

La paradoja del fiscal general.... Los ojos no mienten

 


La paradoja del fiscal general: poder, habitus institucional y crisis de legitimidad

La permanencia en el cargo de un fiscal general procesado por revelación de secretos constituye un fenómeno que, más allá de su singularidad jurídica, debe interpretarse en clave sociológica. Este episodio no puede reducirse a la trayectoria individual de Álvaro García Ortiz, sino que debe ser leído como síntoma de una crisis estructural de legitimidad institucional en el Estado español.

Siguiendo a Castells, hablamos de una “crisis de credibilidad del Estado en la esfera pública” (Castells, 2009), donde la distancia entre discurso oficial y práctica material erosiona la confianza ciudadana en el sistema.

El acto judicial como ritual fallido

La apertura del Año Judicial, presidida por el Rey en el Tribunal Supremo, constituye un ritual de reproducción simbólica del orden institucional. Según Habermas (1973), los rituales de legitimación refuerzan la adhesión social siempre que exista correspondencia entre normas proclamadas y normas aplicadas.

En este caso, la disonancia es flagrante: el fiscal general, procesado y a las puertas del juicio oral, invoca su fe en la justicia, en la verdad y en la independencia judicial. El resultado es un ritual fallido: el intento de legitimación se convierte en confirmación de la crisis. Como señalaría Bourdieu (1997), el capital simbólico del acto se invierte, generando un “efecto de desautorización” que afecta tanto a la figura del fiscal como a la institución que representa.

El silencio como capital político

La carrera de García Ortiz se explica menos por méritos jurídicos que por su capacidad de gestionar silencios estratégicos. En episodios críticos, desde la gestión política del “chapapote” hasta la filtración de información sensible, su capital político se ha construido sobre la negativa a contradecir al poder.

En términos bourdieusianos, su habitus institucional no se define por la autonomía profesional, sino por la disposición a reproducir el orden jerárquico que lo nombra y protege. El silencio se convierte así en capital político negativo, rentable en la lógica de redes de lealtad descrita por Castells: un recurso que permite ascender en un campo dominado por la interdependencia entre política y justicia.

Paradoja institucional y autorreferencialidad del sistema

La Fiscalía, como institución, se ve atrapada en una doble paradoja:

Nombramiento político vs. autonomía judicial: la autoridad del fiscal general depende de un mecanismo de designación gubernamental, lo que condiciona su capacidad para proyectar imparcialidad.

Procesamiento vs. jerarquía: el fiscal procesado mantiene superioridad jerárquica sobre quienes deberían intervenir en su causa, generando una contradicción sistémica.

Luhmann (1984) advertía que los sistemas sociales operan mediante autorreferencialidad: necesitan producir sus propias condiciones de validez. Sin embargo, aquí el sistema jurídico se sabotea a sí mismo, al permitir que el representante máximo de la legalidad sea simultáneamente objeto de procesamiento penal. La autorreferencia se convierte en autonegación.

Crisis de legitimidad en la sociedad-red

En la sociedad red (Castells, 2001), los flujos de información multiplican el escrutinio público y erosionan las estrategias clásicas de control institucional. La visibilidad del caso García Ortiz no se limita a los tribunales, sino que circula en medios digitales y redes sociales, generando una narrativa de descrédito que ningún discurso protocolario puede revertir.

La consecuencia es una crisis de legitimidad en sentido habermasiano: el déficit de credibilidad impide que los ciudadanos acepten como válidas las decisiones institucionales. En términos de confianza social, se produce un déficit de reconocimiento recíproco, en el que la ciudadanía percibe que la justicia se ejerce como extensión de la lógica partidista y no como servicio público imparcial.

Al final a tientas

El caso del fiscal general procesado no es un episodio anecdótico, sino un indicador de la desarticulación del capital simbólico del Estado de derecho en España. La coexistencia de legalidad formal y prácticas políticas de blindaje erosiona la legitimidad de las instituciones judiciales y alimenta la desafección democrática.

Como ya anticipara Castells, en un contexto de crisis sistémica “la legitimidad se desplaza de las instituciones a las redes sociales, donde la credibilidad se redefine en tiempo real”. La paradoja española es clara: cuanto más se intenta blindar políticamente a la Fiscalía, más se la expone a la desconfianza social.

El desenlace personal de García Ortiz “juicio, condena o absolución”, es secundario frente al efecto estructural: una ciudadanía cada vez más convencida de que las instituciones no representan autoridad imparcial, sino obediencia al poder político. En este escenario, la verdadera pregunta no es si un fiscal procesado puede seguir en el cargo, sino cuánto más puede resistir un Estado de derecho cuyo capital simbólico se deshace en el teatro mismo de su legitimación.


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