“China y el imperio del lenguaje”
Este artículo analiza
la transición hacia un orden mundial multipolar y la forma en que la iniciativa
de gobernanza global de China se erige como una narrativa estratégica en dicho
proceso. Se examinan las interpretaciones sobre la propuesta de Xi
Jinping, la reacción europea, así como la posición del mundo árabe y de América
del Sur. Se sostiene que China busca crear un lenguaje político propio,
destinado a legitimar su liderazgo en el Sur Global, del mismo modo que
Occidente impuso conceptos como “democracia liberal” o, más recientemente,
discursos culturales como el “woke”. El estudio concluye que la disputa no es
meramente geopolítica, sino fundamentalmente económica y normativa: quién
define las categorías, las instituciones y los marcos de legitimidad en el
siglo XXI.
La noción de multipolaridad
ha adquirido un lugar central en el análisis de las relaciones internacionales
contemporáneas. El progresivo desgaste de la hegemonía estadounidense y la
emergencia de polos alternativos, China, Rusia, India, el mundo árabe y, en
menor medida, América del Sur, han configurado un escenario de competencia
multidireccional. En este marco, el texto “Trump multipolar” ofrece una doble
clave de lectura: por un lado, el estilo unilateral y transaccional de Donald
Trump como expresión de una multipolaridad sin normas; por otro, la iniciativa
de Xi Jinping de una “gobernanza global más justa e igualitaria”, interpretada
por diversos expertos rusos.
El presente artículo
examina este debate desde una perspectiva crítica. Se argumenta que la
gobernanza global china constituye menos un programa institucional concreto que
una narrativa política cuyo objetivo es construir legitimidad en el Sur Global,
deslegitimar el orden liberal occidental y proyectar un lenguaje propio en las
relaciones internacionales.
La
multipolaridad como fragmentación
La multipolaridad no
debe entenderse como un “orden” estable, sino como un sistema fluido de polos
de diverso tamaño que interactúan en función de intereses coyunturales. En este
contexto, el estilo político de Trump representa la versión más coherente de
esta lógica: desprecio hacia las instituciones multilaterales y preferencia por
negociaciones bilaterales en las que Estados Unidos sigue considerándose
invencible.
Sin embargo, esta
estrategia, aunque eficaz en el corto plazo, genera un vacío normativo que abre
la puerta a otros discursos de organización internacional. Es aquí donde se
inserta la iniciativa china.
La
gobernanza global de China: entre la narrativa y la estrategia
Continuidad
histórica_ Se puede sostener que la propuesta de Xi Jinping
constituye una actualización de los “Cinco principios de coexistencia pacífica”,
formulados en los años cincuenta: soberanía, no agresión, no injerencia,
beneficio mutuo y coexistencia pacífica. De este modo, China apela a la
tradición para legitimar su aspiración de liderazgo.
Construcción
de bloques en el Sur Global_ La iniciativa no es un
plan concreto de reforma institucional, sino un marco discursivo alrededor del
cual Beijing busca articular un bloque de apoyo compuesto principalmente por
países del Sur Global. Su finalidad última es la transformación gradual de las
normas internacionales en función de intereses chinos.
Aceptación
de la realidad_ Se podría interpretar la propuesta como
un “manifiesto de aceptación de la realidad”: China habría comprendido que
Occidente no reformará las instituciones heredadas del siglo XX (FMI, Banco
Mundial, OMC) y, por tanto, apuesta por la creación de estructuras paralelas y
regionales (BRICS+, OCS+).
Autoposicionamiento
global_ Por primera vez en décadas China formula un concepto
holístico de gobernanza global, elevando su discurso a la categoría de
narrativa universal. Lo decisivo aquí es el lenguaje político: Pekín evita
términos occidentales como “multilateralismo” o “globalismo” y busca imponer su
propia terminología, replicando la estrategia cultural con que Occidente
introdujo categorías como “democracia liberal” o el discurso “woke” en el
debate global.
Dimensión
de seguridad_ Se
destaca la inclusión de la seguridad global como pilar de la propuesta: rechazo
de sanciones unilaterales, oposición a la ideologización económica y apuesta
por la indivisibilidad de la seguridad. Este enfoque multidimensional refuerza
el atractivo de la narrativa china en regiones inestables.
Europa,
mundo árabe y América del Sur
La reacción europea se
caracteriza por la ambivalencia: subordinación militar a la OTAN y a EE. UU.,
pero dependencia económica de China y energética del mundo árabe. La autonomía
estratégica europea, aunque deseada, parece inalcanzable.
El mundo árabe, en
cambio, percibe en la iniciativa china una oportunidad para escapar de la
tutela occidental. Los países del Golfo explotan su poder energético en clave
de equilibrio, mientras que el Magreb y Oriente Medio valoran el principio de
no injerencia. El rechazo a sanciones unilaterales y la causa palestina
fortalecen el acercamiento a Moscú y Pekín.
América del Sur
enfrenta la multipolaridad desde una posición periférica: China es ya socio
comercial dominante en varios países, Rusia ofrece apoyo político selectivo, y
Estados Unidos mantiene su influencia financiera y seguritaria. Sin embargo, la
falta de integración regional limita la capacidad sudamericana de constituirse
en polo autónomo.
Dimensión
filosófica: el lenguaje, la hegemonía y el autoritarismo
En la tradición
filosófica clásica, Platón advertía en el Gorgias sobre la capacidad del
discurso (logos) para modelar las conciencias y legitimar el poder. En la misma
línea, Aristóteles distinguía entre el logos como instrumento de deliberación
política y el uso sofístico del lenguaje para manipular a las masas.
Aplicado al caso chino,
la iniciativa de gobernanza global puede interpretarse como un intento de
apropiarse del logos internacional, creando categorías nuevas para reordenar el
mundo según sus intereses. Al evitar conceptos de raigambre occidental como
“multilateralismo” o “globalización”, China persigue lo que los estoicos
habrían llamado hegemonikon: el centro rector que orienta no solo las acciones,
sino también las percepciones y valores.
Ahora bien, este
esfuerzo discursivo se enmarca en un sistema de naturaleza autoritario. A
diferencia del ideal clásico de la isonomía (igualdad ante la ley) o de la polis
como espacio de deliberación, el modelo chino se sustenta en un control interno
férreo sobre la sociedad, la censura de disidencias y la subordinación del
individuo al Estado. En términos de filosofía política, la trayectoria de China
recuerda más al despotismo oriental descrito por Montesquieu que a una
república aristotélica o a una politeia equilibrada.
En este sentido, la
gobernanza global propuesta por Pekín no debe confundirse con un universalismo
democrático, sino que constituye una proyección externa de su propio autoritarismo
adaptativo: flexibilidad narrativa hacia fuera, rigidez normativa hacia dentro.
Se trata de un “imperio del lenguaje” donde el poder blando se conjuga con un
proyecto de supremacía normativa.
Resumiendo:
“El logos autoritario: China y la nueva gobernanza global”
La gobernanza global
china, más que un plan de acción, constituye una estrategia discursiva. Busca
legitimar el ascenso de China, erosionar el orden liberal occidental y seducir
al Sur Global mediante un lenguaje político propio. Este esfuerzo debe
entenderse como parte de la lucha por el control de los significados: así como
Occidente introdujo conceptos como “democracia liberal” o “woke”, China
pretende construir un vocabulario internacional que naturalice su hegemonía
emergente.
El debate sobre
multipolaridad y gobernanza global no es, pues, meramente geopolítico. Se trata
de una disputa por la redistribución del poder económico y normativo mundial,
en la que cada polo compite no solo por recursos, sino también por el derecho a
definir las palabras y categorías con que se nombra y ordena la realidad
internacional.
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