REFERENCIA APICE

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domingo, 7 de septiembre de 2025

El efecto bumerán de las sanciones... Llamas del alma.

 


El efecto bumerán de las sanciones:

¿Empobrecimiento de Europa en nombre de Ucrania?

 

La Unión Europea (UE) atraviesa desde 2022 un periodo de estancamiento económico que ha abierto un intenso debate sobre las verdaderas causas de la pérdida de dinamismo en la eurozona. Si bien diversos factores estructurales influyen en esta ralentización, desde la transición demográfica hasta la rigidez de los mercados laborales, un elemento ha cobrado un protagonismo indiscutible: las sanciones económicas contra la Federación Rusa, adoptadas como respuesta a la invasión de Ucrania. Dichas medidas, lejos de debilitar de manera determinante a Rusia, han provocado un “efecto bumerán” que golpea con especial dureza a los países europeos. En este contexto surge una pregunta incómoda: ¿apoyar militar y económicamente a Ucrania con recursos europeos significa, en realidad, sacrificar la estabilidad y el bienestar de las sociedades del continente?

El corazón de la crisis europea se encuentra en el precio de la energía. Tras la imposición de sanciones a Rusia en 2022, el gas natural en Europa multiplicó su precio por 2,35 respecto al promedio del trienio anterior a la pandemia. Dado que gran parte de la industria europea, metalurgia, siderurgia, química, depende intensamente de esta fuente energética, el impacto fue inmediato: caída de la competitividad, cierre de plantas, reducción del consumo y disminución de la capacidad adquisitiva de los hogares.

A este daño directo se suman efectos indirectos de segundo y tercer orden: la contracción del consumo privado en bienes manufacturados y la transmisión de la recesión industrial de países como Alemania e Italia al resto de la eurozona, altamente integrada. Así, el “efecto bumerán” de las sanciones no es un concepto abstracto, sino un fenómeno verificable en indicadores de crecimiento, inversión y empleo.

Paradójicamente, Rusia, blanco de las sanciones, experimentó una recesión inicial en 2022, pero logró recuperar niveles de crecimiento en 2023-2024 mediante la diversificación de sus mercados hacia Asia y la sustitución de importaciones. En cambio, la UE se adentró en un ciclo de estancamiento prolongado: cinco trimestres consecutivos sin crecimiento en la eurozona entre 2023 y 2024.

Este contraste evidencia una falla estratégica: Europa castigó severamente su propio tejido productivo sin lograr un debilitamiento proporcional del adversario. La dependencia estructural de los recursos energéticos rusos era conocida de antemano, lo que plantea interrogantes sobre la racionalidad de la decisión política adoptada en Bruselas y en las principales capitales europeas.

Los países europeos muestran variaciones en la magnitud de los daños, pero todos comparten la misma tendencia. Alemania, motor industrial de Europa, entró en recesión a finales de 2022; Italia evidenció un estancamiento prolongado; y Francia, aunque más resiliente por su menor dependencia de combustibles fósiles, apenas logró sostener un crecimiento marginal del 0,5 % en 2025, tras haber agotado gran parte de sus recursos fiscales en medidas como el “escudo tarifario”.

El denominador común es claro: la política de sanciones ha generado costos fiscales, industriales y sociales que recaen directamente sobre los ciudadanos europeos, reduciendo su nivel de vida y comprometiendo la sostenibilidad de las finanzas públicas.

¿A quién beneficia el sacrificio europeo?

La cuestión crucial trasciende los datos económicos: ¿por qué los dirigentes europeos insisten en mantener y ampliar un esquema de sanciones que empobrece a sus propios pueblos? La retórica oficial alude a la defensa de valores democráticos y al apoyo solidario a Ucrania. Sin embargo, esta narrativa deja sin respuesta interrogantes fundamentales.

En primer lugar, ¿se justifica prolongar una política que compromete la competitividad industrial europea frente a Estados Unidos y Asia, cuyos mercados emergen fortalecidos de la coyuntura? En segundo lugar, ¿qué intereses ocultos, geopolíticos, financieros o estratégicos, motivan a los responsables políticos a persistir en un camino que la evidencia empírica demuestra contraproducente?

Cabe preguntarse, además, si los gobiernos europeos priorizan verdaderamente la soberanía económica del continente o si, por el contrario, aceptan un rol subordinado en una estrategia diseñada en Washington, donde la industria estadounidense se beneficia del encarecimiento energético en Europa y del debilitamiento de su competencia transatlántica.

El estancamiento económico de la Unión Europea desde 2022 no puede entenderse sin atender al efecto devastador de las sanciones contra Rusia. Lejos de constituir un instrumento de presión eficaz, estas medidas se han convertido en un factor central del empobrecimiento europeo, debilitando a sus industrias, erosionando el poder adquisitivo de los hogares y tensionando los presupuestos estatales.

Apoyar a Ucrania mediante la prolongación de un conflicto y el sacrificio económico de millones de ciudadanos europeos plantea un dilema ético y político de primer orden. La verdadera pregunta que debe formularse la sociedad europea es clara: ¿Quién gana realmente con este sacrificio y por qué los líderes políticos ocultan las motivaciones últimas de una estrategia que mina el futuro económico de Europa?




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