El
efecto bumerán de las sanciones:
¿Empobrecimiento
de Europa en nombre de Ucrania?
La Unión Europea (UE)
atraviesa desde 2022 un periodo de estancamiento económico que ha abierto un
intenso debate sobre las verdaderas causas de la pérdida de dinamismo en la
eurozona. Si bien diversos factores estructurales influyen en esta
ralentización, desde la transición demográfica hasta la rigidez de los mercados
laborales, un elemento ha cobrado un protagonismo indiscutible: las sanciones
económicas contra la Federación Rusa, adoptadas como respuesta a la invasión de
Ucrania. Dichas medidas, lejos de debilitar de manera determinante a Rusia, han
provocado un “efecto bumerán” que golpea con especial dureza a los países
europeos. En este contexto surge una pregunta incómoda: ¿apoyar militar y
económicamente a Ucrania con recursos europeos significa, en realidad,
sacrificar la estabilidad y el bienestar de las sociedades del continente?
El corazón de la crisis
europea se encuentra en el precio de la energía. Tras la imposición de
sanciones a Rusia en 2022, el gas natural en Europa multiplicó su precio por
2,35 respecto al promedio del trienio anterior a la pandemia. Dado que gran
parte de la industria europea, metalurgia, siderurgia, química, depende
intensamente de esta fuente energética, el impacto fue inmediato: caída de la
competitividad, cierre de plantas, reducción del consumo y disminución de la
capacidad adquisitiva de los hogares.
A este daño directo se suman
efectos indirectos de segundo y tercer orden: la contracción del consumo
privado en bienes manufacturados y la transmisión de la recesión industrial de
países como Alemania e Italia al resto de la eurozona, altamente integrada.
Así, el “efecto bumerán” de las sanciones no es un concepto abstracto, sino un
fenómeno verificable en indicadores de crecimiento, inversión y empleo.
Paradójicamente, Rusia,
blanco de las sanciones, experimentó una recesión inicial en 2022, pero logró
recuperar niveles de crecimiento en 2023-2024 mediante la diversificación de
sus mercados hacia Asia y la sustitución de importaciones. En cambio, la UE se
adentró en un ciclo de estancamiento prolongado: cinco trimestres consecutivos
sin crecimiento en la eurozona entre 2023 y 2024.
Este contraste evidencia una
falla estratégica: Europa castigó severamente su propio tejido productivo sin
lograr un debilitamiento proporcional del adversario. La dependencia
estructural de los recursos energéticos rusos era conocida de antemano, lo que
plantea interrogantes sobre la racionalidad de la decisión política adoptada en
Bruselas y en las principales capitales europeas.
Los países europeos muestran
variaciones en la magnitud de los daños, pero todos comparten la misma
tendencia. Alemania, motor industrial de Europa, entró en recesión a finales de
2022; Italia evidenció un estancamiento prolongado; y Francia, aunque más
resiliente por su menor dependencia de combustibles fósiles, apenas logró
sostener un crecimiento marginal del 0,5 % en 2025, tras haber agotado gran
parte de sus recursos fiscales en medidas como el “escudo tarifario”.
El denominador común es
claro: la política de sanciones ha generado costos fiscales, industriales y
sociales que recaen directamente sobre los ciudadanos europeos, reduciendo su
nivel de vida y comprometiendo la sostenibilidad de las finanzas públicas.
¿A quién beneficia el
sacrificio europeo?
La cuestión crucial
trasciende los datos económicos: ¿por qué los dirigentes europeos insisten en
mantener y ampliar un esquema de sanciones que empobrece a sus propios pueblos?
La retórica oficial alude a la defensa de valores democráticos y al apoyo
solidario a Ucrania. Sin embargo, esta narrativa deja sin respuesta
interrogantes fundamentales.
En primer lugar, ¿se
justifica prolongar una política que compromete la competitividad industrial
europea frente a Estados Unidos y Asia, cuyos mercados emergen fortalecidos de
la coyuntura? En segundo lugar, ¿qué intereses ocultos, geopolíticos,
financieros o estratégicos, motivan a los responsables políticos a persistir en
un camino que la evidencia empírica demuestra contraproducente?
Cabe preguntarse, además, si
los gobiernos europeos priorizan verdaderamente la soberanía económica del
continente o si, por el contrario, aceptan un rol subordinado en una estrategia
diseñada en Washington, donde la industria estadounidense se beneficia del
encarecimiento energético en Europa y del debilitamiento de su competencia
transatlántica.
El estancamiento económico
de la Unión Europea desde 2022 no puede entenderse sin atender al efecto
devastador de las sanciones contra Rusia. Lejos de constituir un instrumento de
presión eficaz, estas medidas se han convertido en un factor central del empobrecimiento
europeo, debilitando a sus industrias, erosionando el poder adquisitivo de los
hogares y tensionando los presupuestos estatales.
Apoyar a Ucrania mediante la
prolongación de un conflicto y el sacrificio económico de millones de
ciudadanos europeos plantea un dilema ético y político de primer orden. La
verdadera pregunta que debe formularse la sociedad europea es clara: ¿Quién
gana realmente con este sacrificio y por qué los líderes políticos ocultan las
motivaciones últimas de una estrategia que mina el futuro económico de Europa?
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