El castigo del
ciudadano
En los finales de los gobiernos legislativos, al igual que en el periodo
del fin del imperio romano, sólo se oye decir por todas las partes: Los dioses
se van; ahora sobre el lecho del cadavérico instinto de elección democrática,
no se escuchan y se lee más que nuevas arrogancias de vanidades.
Existen muchos hombres ciegos, por la ambición y nada tiene que ver, con
actitudes muy patrióticas, ya que se suelen reiterar durante años, en su
continua presentación, como candidatos, ya que entre bambalinas, no saben si no
decir: “El poder nos corresponde, y es cómo por derecho feudal. Si no somos elegidos,
el país no podrá funcionar ni estar tranquilo”.
Y resulta excusado recordar, que el ciudadano no puede estar tranquilo,
cuando imperan los hombres, que así proceden y hablan. Dado que sus personalísimas
ambiciones, no tienen límites, sus talentos no van muy lejos y sus doctrinas serán
siempre incompatibles, y un obstáculo insalvable, con el arte de gobernar.
Cuando se trata de predicar sobre los vicios, siempre adversarios, se
mantiene la misma enseñanza de corruptio optimi pessima, y la penitencia es
siempre ejercida por los ciudadanos.
Y así los candidatos, aunque tal inocentes lo creáis, rugen y amenazan
de una manera horrible, lavándose las manos, y con la placida sonrisa del
fariseo, que tan inocente se cree exclaman, Nosotros somos el remedio, no la
causa del mal.
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