Estrecho de las lágrimas
Existió una sabia clasificación
teórica, pero también algo descontextualizada, con la actualidad, del insigne
Adam Smith, creador de la economía política, que sigue coexistiendo también, con
poéticas denominaciones, como la del Bad-el-Mandeb, efectuada por los árabes,
al referirse a la entrada del mar Rojo.
Normalmente, tenemos la
tendencia y creemos, que la mejor clasificación de los objetos, es denominarlos,
en superfluos y necesarios, esto, consiste y define, en no asignar utilidad a
los primeros y concederla a los segundos.
Se nos dice, y parece
ser, que las cosas menos útiles, son las que tienen más valor; pero estas
circunstancias no prueban nada; varias son las circunstancias, que influyen
notoriamente, en los cambios, que experimenta la valuación, o valoración de las
cosas, y singularmente son tres: que son
su rareza, lo difícil de adquirirlas o elaborarlas, y la influencia de la moda.
Estas diferencias entre
el valor útil y el inútil ó suntuario, las suelen distinguir los economistas,
con los nombres de valor de uso y valor de cambio.
Mantendremos algún
ejemplo, en su lejanía de aclaración, el agua, y los alimentos tienen un gran
valor de uso, mientras que su valor de cambio, hace décadas resultaba
insignificante, comparado con el primero. Sin embargo, los metales, las
piedras, telas y maderas preciosas tienen un valor útil casi nulo, puesto que
solo satisfacen una necesidad ficticia, al paso que su valor suntuario, puede
resultar excesivo, por las causas que hemos indicados, como que escasean en la
naturaleza, cuestan mucho extraer o de fabricar y se hallan favorecidos por la
moda.
Sin embargo, la órbita
de acción del hombre se ha ido ensanchado, en cuanto á las necesidades, no refiriéndome
a lo que sólo sirve, para realizar ensueños de ilusoria grandeza, no aumentando
ni un ápice nuestra comodidad, nuestras fuerzas, ni nuestros adelantos, la orbita se nutria de una inconsciente productividad sin valores de sostenibilidad.
Ahora y siempre, es donde somos conscientes, que el lujo es vituperable siempre, resultando un consumo improductivo y siempre ruinoso, que en el orden individual y social
sostienen, el móvil de la vanidad. Donde su causa, se puede regular por un
trabajo productivo, donde se produzca una concurrencia al consumo.
También podemos seguir
asegurando, sin temer a desmentidos, que en la balanza de la industria moderna,
pesan mucho más los minerales raros, el hierro, y los derivados del petróleo, como
polímeros y plásticos, que determinadas esencias de piedras y metales preciosos.
Y así, en la actualidad,
conscientes de las interrupciones, en el orden de los ciclos climáticos, donde
surgen las perturbaciones y así los miedos contenidos, dadas las prematuras
enfermedades palpables, de contaminación en los sistemas naturales, y es cuando
surgen las primeras declaraciones, para que los humanos, tengan lo suficiente
para atender lo más perentorio, frente a la angustia y el desaliento, que esta
porvenir, cuando devenga el fin del que así desconoce, lo más vulgares
principios de la economía política.
El mar como poder, es victima inocente, de la general disipación.
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