REFERENCIA APICE

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martes, 30 de septiembre de 2025

Teología frente a Ideología en la era del “Delito de odio”.... El Nudo.

 


Teología frente a Ideología en la era del “Delito de odio”

La civilización occidental, edificada sobre los cimientos del pensamiento grecolatino y la revelación judeocristiana, atraviesa en la actualidad un proceso de mutación cultural en el que los valores de referencia ya no son el Logos ni la verdad objetiva, sino la hegemonía de un relativismo militante. El caso del sacerdote Custodio Ballester, llevado a juicio en Málaga acusado de un presunto “delito de odio” por sus declaraciones sobre el islam, se erige como paradigma de este conflicto entre teología y la ideología de una sociedad civil “woke”. El problema no reside tanto en la literalidad de sus palabras, cuanto en el uso selectivo de la categoría penal como arma de censura.

El “delito de odio” como categoría ideológica

El Derecho penal, en su raíz clásica, debe proteger bienes jurídicos objetivos: la vida, la integridad, la libertad. Sin embargo, el “delito de odio” se caracteriza por su elasticidad conceptual: lo que en principio pretende tutelar a las minorías de agresiones violentas, en la práctica ha devenido en herramienta de restricción del discurso. No se castiga ya el acto violento, sino la opinión contraria al dogma cultural dominante. Tal como denunciaba el propio Ballester, este tipo penal opera “en una sola dirección”: se aplica contra el discurso cristiano-crítico, mientras ignora blasfemias o injurias dirigidas a lo católico.

En este sentido, el “delito de odio” se ha vaciado de neutralidad jurídica y ha adquirido la naturaleza de un dogma secular, paralelo a los antiguos delitos de herejía. El inquisidor ya no viste sotana, sino toga fiscal.

Teología frente a ideología: una confrontación esencial

La teología, en cuanto discurso sobre Dios desde la razón iluminada por la fe, exige libertad para discernir los signos de los tiempos. Sin embargo, cuando un Estado poscristiano intenta imponer un relato ideológico sobre el religioso, se repite el patrón denunciado por Cristo: “Os entregarán a los tribunales para dar testimonio” (cf. Mt 10,17).

La llamada cultura “woke” absolutiza un principio de no-ofensa que se convierte en idolatría. No se permite criticar las sombras de religiones no cristianas, pero sí se tolera –cuando no se fomenta– la burla hacia la fe católica. Este doble rasero no es accidental: responde a la lógica del poder. En una sociedad que ha sustituido la verdad por la sensibilidad subjetiva, la libertad teológica aparece como subversiva, pues recuerda la primacía del Absoluto frente al consenso humano.

Perspectiva canónica y eclesial

Desde el punto de vista del derecho canónico, el deber del presbítero es anunciar íntegramente el Evangelio (munus docendi), incluso si ello provoca rechazo social. Callar por temor a represalias jurídicas supondría claudicar ante un poder temporal que pretende redefinir los límites del kerigma. En este contexto, el martirio incruento del descrédito, la judicialización y la amenaza de prisión se configura como la nueva forma de persecución contra la Iglesia en Occidente.

Conclusión: hacia una crítica profética

El caso Ballester no debe analizarse únicamente como un proceso individual, sino como un síntoma del choque entre dos cosmovisiones:

·      Una teológica, que afirma la objetividad de la verdad revelada, la legitimidad de la crítica racional y la libertad de conciencia.

·      Una ideológica, que busca uniformidad bajo la etiqueta del respeto aparente, pero que termina siendo una tiranía del relativismo.

El “delito de odio”, aplicado de manera asimétrica, se convierte en la negación del derecho natural a la verdad. La Iglesia, consciente de su misión, no debe replegarse, sino ejercer su voz profética frente a un poder que, bajo la máscara de la tolerancia, persigue callar toda disidencia. Tal vez sea oportuno recordar las palabras de Tertuliano: “Veritas non erubescit nisi sola” (la verdad sólo se avergüenza de estar oculta).


domingo, 21 de septiembre de 2025

“impunidad simbólica”...AfroLOVA

 


 “impunidad simbólica”

La Corona en la ONU: el disfraz solemne de una política hipócrita

El próximo discurso de Felipe VI en la Asamblea General de Naciones Unidas ha sido presentado como un gesto de solemnidad, un homenaje al 80.º aniversario de la ONU y al compromiso de España con el multilateralismo. Pero conviene mirar más allá de la retórica oficial: no es el Rey quien habla, es el Gobierno quien habla a través del Rey. Y esa operación simbólica merece una crítica frontal.

La decisión de ceder al monarca el papel de portavoz no es neutral ni protocolaria. Es un movimiento calculado de Pedro Sánchez y su Ejecutivo para envolver en la autoridad de la Corona una política exterior profundamente ideologizada. Lo que en boca del presidente sería percibido como un discurso parcial, en boca del Rey se presenta como “altura de Estado”. La Corona se convierte así en una coartada perfecta para maquillar contradicciones.

Porque contradicciones hay, y muchas. España se ha volcado en denunciar con contundencia las acciones de Israel en Gaza, llegando incluso a calificarlas de “genocidio”. Sin embargo, el Gobierno no ha mostrado la misma claridad al condenar el 7 de octubre: el ataque de Hamás contra civiles israelíes, con masacres, violaciones y secuestros, fue terrorismo puro. Ese desequilibrio moral erosiona la credibilidad española: exigir justicia para unos mientras se silencia la barbarie cometida por otros no es política de principios, es ideología disfrazada de ética.

El recurso a la Corona como altavoz solo agrava el problema. Felipe VI se ve arrastrado a encarnar un discurso que no es el suyo, sino el de un Gobierno que pretende legitimar su relato a través de la institución monárquica. Con ello, se daña la neutralidad que la monarquía debería preservar y se reduce su papel a instrumento de propaganda progresista. Se confunde Estado con partido y se contamina un símbolo que debería estar por encima de la refriega política.

En diplomacia, la percepción es tan importante como los hechos. Y la percepción que proyecta España, con esta amalgama que forma el gobierno socialista, comunista, junto con los herederos de ETA, en la más pura manipulación de la verdad y fomentando todas las ilegalidades, es la de un país que condena con dureza selectiva, que calla donde debería hablar, como el no reconocimiento del presidente de Venezuela Edmundo González, que se preocupa en obtener dinero de esa dictadura Venezolana o bien en controlar la wiki pedía y que ahora se refugia en la solemnidad de la Corona para dar lustre a una política exterior marcada más por consignas que por estrategia. El resultado es devastador: España no aparece como mediador confiable, sino como actor parcial que intenta vestir de neutralidad lo que es pura militancia.

El 7 de octubre fue un parteaguas que ningún discurso puede ignorar. Los rehenes siguen en manos de Hamás, las familias israelíes viven con cicatrices imborrables y el terrorismo no ha desaparecido. Defender la dignidad del pueblo palestino es legítimo, necesario y justo. Pero hacerlo sin condenar con la misma fuerza el terror de Hamás convierte a España en portavoz de una narrativa coja y en cómplice moral, aunque sea por omisión, de la barbarie.

Cuando la Corona suba al podio de Naciones Unidas, no escucharemos al Rey, escucharemos al Gobierno. Y ese es el verdadero escándalo: la institución que debería unir a todos los españoles es usada como máscara para una política exterior que divide, debilita y se contradice. No es altura de Estado; es, sencillamente, hipocresía con corona.

Si la monarquía quiere seguir siendo garante de algo más que ceremonias, tendría que decir no a su uso como caja de resonancia de un partido concreto. Si el Gobierno pretende preservar su honor político, tendrá que dejar de envolver sus decisiones controvertidas en la túnica de la Corona. Y la sociedad -esa que cada vez confía menos- debería exigir que la palabra pública recupere consistencia: condena igual para el terror, defensa igual para la vida humana, y sinceridad para el uso de símbolos.

Esta es la fábula que proyecta la sombra de lo que muchos llaman “impunidad simbólica”. No afirma culpabilidades penales, ni adjudica delitos concretos. Lo que cuestiona, con rabia y desgarramiento, es la moral pública: cómo se fabrica, cómo se vende y cómo termina por devorar la credibilidad de quienes la profesan.


sábado, 20 de septiembre de 2025

Silencio con dignidad: ¿neutralidad o complicidad?....Hold Me


 

Silencio con dignidad: ¿neutralidad o complicidad?

El error irreversible de legitimar lo inaceptable: sobre por qué la Jefatura del Estado debe abstenerse de intervenir políticamente si su Gobierno pacta con actores violentos.

Cuando una institución cuya existencia se funda en la representación simbólica de la unidad nacional se ve arrastrada a avalar, aun indirectamente, a actores que la comunidad internacional considera terroristas, la consecuencia no es sólo dialéctica: es práctica y existencial. Este ensayo examina con rigor moral y densidad política el error que supone una intervención pública -en este caso, en la tribuna de la Asamblea General de Naciones Unidas- que, por asociación o por timing, pueda entenderse como legitimación de HAMAS. Tomo como marco contextual el dossier sobre el viaje a Nueva York y la coordinación Moncloa–Casa del Rey que menciona la crónica política de El debate

1. La legitimidad monárquica y el capital simbólico: un bien frágil

La Corona no es un partido; es un bien público intangible cuya eficacia depende de la percepción de imparcialidad y de la capacidad de convocar. Ese capital simbólico, una vez contaminado por la percepción de complicidad con actores violentos, se devalúa de forma inmediata. Ya no actúa como puente: actúa como marca que polariza. Confundir la tribuna moral con la tribuna política supone transformar la institución que debe mediar en un actor más del conflicto; es el error de trocar la linterna del faro por la señal luminosa de un barco de guerra.

2. Distinción imprescindible: legitimidad moral vs. legitimación política

Denunciar una situación humanitaria, exigir respeto al Derecho internacional o reclamar corredores humanitarios es legítimo y, en muchos casos, urgente. Pero existe una línea clara: la voz estatal que se interpreta como reconocimiento o aval de un grupo armado no estatal -y especialmente de uno incluido en listados por varios estados y organizaciones- cruza ese umbral. La retórica humanitaria no puede servir de velo para la instrumentalización política; hacerlo equivale a sacrificar la ética del auxilio en el ara del interés estratégico.

3. Si existen indicios de connivencia gubernamental: el deber de prudencia se convierte en obligación

En contextos en los que circulan filtraciones, alegaciones o informes que apuntan a vínculos operativos o políticos entre un Ejecutivo y actores armados, la responsabilidad institucional exige distancia y exigencia de pruebas, no pronunciamientos que puedan leerse como respaldo. La Jefatura del Estado, más que juez o acusador, debe ser garante de la institucionalidad; por ello, si media la sospecha -aunque sea sólo en forma de filtración-, la intervención pública ha de evitar cualquier palabra que pueda ser interpretada como reconocimiento político. Las instituciones democráticas respaldan la presunción de inocencia, pero también requieren la defensa intrínseca de la integridad institucional: cuando dicha integridad es cuestionable por la acción de quien gobierna, la abstención es moral y políticamente aconsejable.

4. Consecuencias prácticas de un aval aparente

·      Un discurso interpretado como aval a HAMAS desencadenaría, de forma casi mecánica, una serie de efectos negativos y previsibles:

·      Deslegitimación internacional: pérdida de interlocutores dispuestos a confiar, mediar o cooperar con España en iniciativas multilaterales.

·      Aislamiento operativo: restricciones en cooperación de seguridad e inteligencia, dificultando la protección de ciudadanos y la lucha contra redes violentas.

·      Ruptura del auxilio humanitario: politización de la ayuda, cierre de corredores, y obstaculización del acceso neutral de ONG.

·      Divide interna: polarización social y debilitamiento de la cohesión cívica, ya que la ciudadanía percibe a la Corona como parte del conflicto político en vez de árbitro de unidad.

Cada una de estas consecuencias no es mera especulación retórica: son efectos previsibles que derivan de la lógica de la confianza diplomática y de las sanciones reputacionales con las que operan los sistemas políticos contemporáneos.

5. La falacia del “humanitarismo político” como coartada

Presentar una intervención como motivada exclusivamente por razones humanitarias cuando, por su construcción y contexto, ofrece réditos políticos a quien pacta con actores violentos, es una falacia instrumental. La dignidad de las víctimas no admite que su recuerdo sirva para blanquear complicidades. La justicia de los inocentes se corrompe cuando sus nombres son usados para legitimar a los culpables.

6. La dimensión ética: traición a la función representativa

Si el Gobierno -por cálculos de corto plazo, alianzas tácticas o deseos de influencia- maniobra con actores que emplean la violencia contra civiles, y la Jefatura del Estado presta su tribuna sin cautela, se configura una doble traición: a la dignidad de las víctimas y a la propia institución que debía preservarse por encima de la contingencia política. Esa doble traición erosiona la noción misma de representación nacional.

7. A modo de conclusión crítica (sin paternalismos): la abstención es argumento

No se trata de pedir condescendencia hacia el Ejecutivo; se trata de exigir firmeza institucional. La abstención deliberada de la Jefatura del Estado, ante la posibilidad de que su voz legitime una organización violenta o blanquee una política de pactos con actores armados, no es señal de debilidad: es una forma contundente de protesta institucional. Dicho de otro modo: callar en el momento oportuno puede ser más categórico que pronunciarse con ambigüedad. La abstención, cuando se funda en la defensa de la legalidad, de la integridad institucional y del imperativo ético, es un réquiem para la confusión y una llamada a la responsabilidad política.

Epílogo metafórico

Si deseamos que la república de la opinión pública mantenga puentes en vez de murallas incendiadas, conviene que la figura que ostenta la representación de todos actúe como arca de salvación y no como estandarte de partido. Un rey que sube a la tribuna para bendecir, aunque sea por omisión o por cálculo, a quien mata y secuestra a civiles habrá cambiado el signo de la corona por el signo de la complicidad. Y una vez impresa esa tinta en la historia, la limpieza no es sólo institucional: es moral y, con frecuencia, irreparable.


sábado, 13 de septiembre de 2025

De la Hégira al Siglo XXI: Continuidades de la Instrumentalización Religiosa.. Tems

 



"De la Hégira al Siglo XXI: Continuidades de la Instrumentalización Religiosa"

El relato que traza una línea larga desde los orígenes del islam hasta las manifestaciones políticas contemporáneas ofrece, pese a sus limitaciones, una lectura útil para quienes buscan comprender cómo elementos religiosos, militares y políticos pueden articularse y perdurar a través de los siglos. Sostener que la religión, en tanto institución y tradición interpretada por actores concretos, puede funcionar como vehículo de poder político no es una tesis extravagante: la historia global abunda en ejemplos donde convicciones religiosas se integraron a proyectos estatales y militares. Desde esa perspectiva, el texto cumple una función legítima: alerta sobre la posibilidad de instrumentalización religiosa y sobre las continuidades ideológicas que pueden trascender épocas.

En primer lugar, el relato enfatiza la conversión del movimiento protoislámico en una estructura política tras la hégira y la consolidación en Medina. Desde un punto de vista histórico y sociológico, resulta razonable señalar que cuando una comunidad religiosa adquiere control territorial y capacidad coercitiva, sus normas religiosas pasan a desempeñar también funciones administrativas, fiscales y militares. El ejemplo de la jizya como tributo o la existencia de regímenes diferenciados para comunidades no musulmanas ilustran cómo normas religiosas pueden adaptarse a la gobernanza y al mantenimiento del orden político. Señalar esto no equivale a afirmar que la religión “es” violencia en sí misma, sino que la lógica institucional puede producir desigualdades cuando se combina con el monopolio de la fuerza.

En segundo lugar, el relato identifica la persistencia de símbolos, marcos narrativos y prácticas que distintos actores han reutilizado a lo largo del tiempo para legitimar conquistas o exclusiones. El uso instrumental de mitos fundacionales, la construcción de una identidad que distingue “adentro” y “afuera”, y la legitimación de la violencia como medio político son recursos que reaparecen en múltiples tradiciones. Reconocer estos patrones permite entender, por ejemplo, cómo movimientos contemporáneos radicales apelan a una lectura selectiva del pasado para justificar ambiciones territoriales o de poder. Esa conexión, la memoria histórica convertida en maquinaria legitimadora, es una aportación interpretativa valiosa del relato.

Además, el texto subraya factores materiales que reconfiguraron el mapa geopolítico del siglo XX y que facilitaron la reemergencia de proyectos políticos basados en la religión: los recursos energéticos y los cambios políticos en la región (naciones rentistas, revoluciones, guerras coloniales y poscoloniales). Reconocer que el hallazgo de hidrocarburos o la emergencia de regímenes teocráticos pueden proporcionar a determinadas organizaciones recursos, infraestructura y legitimidad para proyectarse internacionalmente es una observación que conecta economía política con seguridad internacional. En términos prácticos, esta lectura justifica políticas públicas que no ignoren las dimensiones económicas y ideológicas de los conflictos contemporáneos.

           “El MISMO TROPEZON CON EL ISLAM”

“Así que lo que voy a hacer ahora es condensar 1.400 años de historia islámica en cinco minutos y hacerlo lo más emocionante posible, porque no entendía el valor de la historia cuando era un infante. Pero ahora, a esta edad, aprecio la historia. Ahora entiendo por qué dicen que quienes no aprenden de la historia están condenados a repetirla.

Para que puedas entender por qué la civilización occidental es muy diferente al mundo islámico, necesitas comprender la historia del islam: cuando el profeta Mahoma supuestamente recibió su revelación del ángel Gabriel, y que él debía ser el último de los profetas.

A principios del año 600 comenzó a predicar en su propia ciudad, La Meca. Intentó reclutar amigos y seguidores para poder difundir su religión; lo intentó durante doce años y fracasó. Después de esos doce años solo pudo reclutar a su familia inmediata y a algunos amigos, así que decidió trasladarse a Medina, que era el centro judío de Arabia, el centro de negocios donde vivían los judíos.

Si iba allí y predicaba su religión, si lo aceptaban, eso le daría respeto y estatus entre su propia gente y ellos lo reconocerían. Entonces el profeta Mahoma empezó a tomar prestado mucho del Antiguo Testamento para hacer su religión más aceptable para los judíos, para hacerla mucho más similar.

Por eso se observan muchas similitudes entre el judaísmo y el islam. Por ejemplo: los judíos no comen cerdo; los musulmanes no comen cerdo. Los judíos rezan varias veces al día; los musulmanes rezan varias veces al día. Los judíos ayunan en Yom Kipur; los musulmanes ayunan en Ramadán. Por eso empezamos a ver muchas semejanzas.

Al principio del Corán, cuando el profeta Mahoma decía todas las cosas buenas sobre la “gente del Libro”, tomó ese mensaje y fue a Medina tratando de reclutar a los judíos, hablando de cuán similares eran las dos religiones. Cuando ellos se negaron a aceptarlo y a seguirlo como el último de los profetas, fue entonces cuando se volvió contra ellos y empezó a matarlos y a expulsarlos.

Entonces el islam pasó de ser un movimiento espiritual durante los primeros doce años a convertirse en un movimiento político disfrazado de religión. Después de la hégira, cuando Mahoma fue a Medina y los judíos no lo aceptaron, se convirtió en un guerrero militar, les declaró la guerra y comenzó a expulsarlos. Judíos y cristianos se convirtieron en dhimmíes o ciudadanos de segunda clase. Solo se les permitía seguir vivos; no serían asesinados únicamente si pagaban el impuesto de protección, por lo que tenían la elección de convertirse al islam o, si querían seguir con vida, tenían que pagar la jizya o impuesto de protección, viviendo como dhimmíes en la nación islámica.

Los cristianos y judíos no podían tocar la campana de la iglesia; los judíos tampoco podían tocar el shofar; no podían rezar en público; tampoco los cristianos y los judíos podían reunirse y construir nuevas iglesias o templos. La forma en que pagaban la jizya o el impuesto de protección se realizaba en una ceremonia mensual en la que se reunían en el centro; el judío se arrodillaba y entregaba sus bienes al mulá, quien tomaba los bienes como pago por la protección, y en muchas zonas a los judíos y cristianos se les daba collares para que los usaran como recibo de que habían pagado su impuesto de protección.

Los cristianos y los judíos eran tratados como ciudadanos de segunda clase.

El islam siguió creciendo. A medida que el islam se expandía, más personas se convertían en dhimmíes. A los judíos y cristianos se les dio ropa identificable: la estrella amarilla que muchos piensan que es una invención alemana en el siglo XX fue, según algunas fuentes, una medida de identificación en el siglo IX en Irak bajo el califa al-Mutawakkil. Se la hizo llevar para identificar a los judíos al caminar por la calle; se les consideraba impuros, y si un hombre musulmán y un judío caminaban por el mismo lado de la calle, el judío debía cruzar al otro lado para que el musulmán no se ensuciara con la supuesta inmundicia del judío.

A los cristianos se les impuso otro distintivo, una cinta o cinturón, que a muchos hombres les resulta familiar hoy en día. El islam continuó creciendo. Llegaron hasta Jerusalén y la conquistaron. A los cristianos no se les permitía tocar las campanas de sus iglesias en Jerusalén.

El Papa en Roma, en 1090, preguntó a los cristianos cómo podían quedarse de brazos cruzados y permitir que sus hermanos sufrieran; por eso se lanzaron las Cruzadas. Las Cruzadas no se lanzaron simplemente porque los cruzados quisieran levantarse una mañana e ir a convertir a un montón de musulmanes o decapitarlos.

Las Cruzadas se lanzaron para liberar Jerusalén; lograron liberarla durante menos de cien años, antes de que Saladino la recuperara y Jerusalén quedara bajo control islámico.

Hasta 1967, cuando el Estado de Israel liberó Jerusalén, cristianos, judíos y musulmanes podían rezar bajo el mismo cielo. Los cruzados continuaron luchando contra el islam durante 300 años y fracasaron.

Para el año 1300 los cruzados habían desaparecido porque no pudieron vencer al islam. El islam continuó expandiéndose. Llegó hasta Europa Central; llegó hasta China; fue a la India; conquistó España, cambiando el nombre de España a al-Ándalus. A medida que conquistaban más naciones, más personas pagaban la jizya o impuesto de protección, y así fue como creció el imperio islámico. Llegaron hasta que fueron detenidos en las puertas de Viena el 11 de septiembre. El 11 de septiembre, no es una fecha que Osama Bin Laden eligió al azar. El 11 de septiembre es una fecha simbólica en el calendario islámico

Para el año 1600, el islam había cubierto más superficie terrestre que el Imperio Romano en su apogeo. Entre 1600 y 1800, los europeos experimentaron la revolución industrial, que les permitió inventar productos en líneas de fábrica, obtener ingresos y vender productos; esto a su vez les dio los recursos para construir ejércitos fuertes y luchar contra los musulmanes, lo que les permitió detenerlos en las puertas de Viena.

El imperio islámico terminó en 1924: el califato islámico terminó en Turquía por iniciativa de Mustafa Kemal Atatürk, quien era secularista. Él disolvió el imperio islámico y otorgó a las mujeres el derecho al voto, el derecho a la educación, el derecho a trabajar y a elegir marido. Prohibió que las mujeres usaran el hiyab; prohibió que los hombres llevaran barba. Muchos musulmanes lo odiaron y lo consideraron influido por otras religiones; circularon rumores sobre su origen y linaje.

El Califato Islámico había existido durante 1400 años y terminó hace menos de 100 años para cuando el Califato Islámico terminó en 1924. Con estimaciones de varios millones de personas en todo el mundo habían sido asesinadas por el Islam. Increíblemente y no tenían armas de destrucción masiva ni había armas nucleares. Todas estas personas fueron asesinadas masacradas a espada. La gente en el mundo desde hace menos de cien años: ¿cuántas personas conocían esta historia?

Nosotros, en los países occidentales, hemos fallado en educar a nuestros hijos sobre la historia. En la secundaria, si preguntas a un joven de 16,17 o 18 años sobre la Segunda Guerra Mundial, muchos ni siquiera pueden decirte qué pasó en ella. Para ellos es historia antigua, y aún tenemos veteranos de la Segunda Guerra Mundial caminando entre nosotros. Así de poco sabemos de historia.

El islam terminó en 1924 con el califato. La gente pensaba que el islam o el califato nunca serían resucitados; que el califato nunca volvería. Pero ocurrieron dos hechos en Oriente Medio en el siglo pasado que permitieron a los islamistas resucitar la idea del califato. La primera fue el descubrimiento de petróleo en Arabia Saudita, que, una vez descubierto, permitió a ciertos grupos controlar recursos energéticos y utilizar esos recursos políticamente. Y la segunda fue la llegada al poder del ayatolá Jomeini en 1979. Eso le dio a los islamistas dinero y cobertura espiritual para proyectarse en el escenario mundial. La gente dice que algunos países exportaron una forma radical de religión; sin embargo, los grupos salafistas u otros no son necesariamente una secta distinta del islam; ellos proclaman seguir la predicación que, según su interpretación, es la auténtica del profeta Mahoma, la forma en que él vivió y practicó su religión. Por eso, según su punto de vista, ni tú ni yo ni ningún “infiel” podemos poner un pie en La Meca, porque para ellos nosotros somos impuros y, como infieles, no se nos permite entrar; ni al presidente Obama ni a nadie más.

De hecho, Al Qaeda solía usar a Arabia Saudita y su éxito como excusa para reclutar miembros, mostrando cómo, según ellos, Alá había bendecido a Arabia Saudita por adherirse a los principios del islam. Hoy hablamos de ISIS. ISIS no es una invención nueva: resucitó la noción del califato que terminó hace menos de cien años. Sin embargo, somos demasiado ignorantes y desinformados para comprender por qué ISIS hace lo que hace y por qué tiene éxito.

Hay dos cosas que necesitas entender sobre el islam y los principios de la guerra en el islam. Una es la táctica de engaño, que describe la posibilidad, según algunas interpretaciones, de utilizar la astucia en la guerra o en la diplomacia. La segunda cosa es lo que el texto llama el principio del tratado de paz como estrategia de guerra, tomando como ejemplo un episodio en la vida del profeta Mahoma: el texto relata que Mahoma atacaba a los mequíes y sus caravanas cuando vivía en Medina; en una ocasión firmó un tratado de diez años con ellos, lo usó durante dos años para fortalecer su ejército y, cuando creyó estar lo suficientemente fuerte, rompió el tratado y atacó, conquistando La Meca en un corto plazo. Según el texto, esto se convirtió en un principio de guerra en el islam.

Para ejemplificar cómo se aplican estos principios hoy, el texto afirma que cualquier tratado firmado con Irán no significaría nada para ellos, y pone como ejemplo a Yasser Arafat, quien, siendo musulmán pero no islamista, se reunió con los israelíes y firmó los Acuerdos de Oslo en 1993. Según el texto, Arafat utilizó el tratado para lograr que Israel le devolviera territorio, financiara su ejército, entrenara su policía y le entregara armas; ocho años después rompió el acuerdo y declaró la segunda Intifada en el año 2000. El texto relata que Arafat se refería con “la judería” a una táctica de engaño que, según el autor original, resultó comprensible para el mundo musulmán pero no para Occidente ni para muchos israelíes.

Yasser Arafat, según el documento, utilizó el tratado de paz para ganar y engañar a su enemigo; el texto explica que cuando la prensa jordana o egipcia preguntaba a Arafat cómo pudo firmar un tratado con “los judíos”, la respuesta fue “recuerda la judería”, y el autor sostiene que el mundo musulmán entendía a qué se refería.

Así que, según el documento, cuando Irán firma un tratado de diez años con Estados Unidos, los estaría usando como tontos útiles; como personas crédulas e ignorantes, firmamos tratados de paz pensando que solucionamos problemas cuando, según esta visión, los firmantes persiguen otros fines. Por eso, se concluye que es muy importante ser prudente sobre a quién vamos a elegir como líderes en los países occidentales en los próximos años”.

Finalmente, desde una perspectiva pedagógica y de opinión pública, el relato funciona como un llamado a la educación y la formación crítica. Si la afirmación central es que el desconocimiento de la historia contribuye a repetir errores, entonces fomentar alfabetización histórica y geopolítica se convierte en una prioridad. Advertir de amenazas potenciales, exponer episodios de violencia del pasado y analizar estrategias de movilización ideológica no constituyen per se actos de hostigamiento: pueden ser elementos necesarios para diseñar respuestas de seguridad y políticas de integración que sean informadas y realistas.

En resumen, apoyar el relato desde un punto de vista analítico no equivale a validar afirmaciones groseras o deshumanizadoras, sino a reconocer que existe un núcleo problemático en su tesis: la posibilidad real de que religiones organizadas, en contextos de poder y escasez, sean utilizadas para fines políticos y militares. Comprender esa posibilidad ayuda a desarrollar políticas preventivas, herramientas educativas y análisis estratégicos más sólidos

El rating cautivo: S&P descubre la España resiliente (aunque las cuentas sigan en el armario)… Ocean drive

 


 “El rating cautivo: S&P descubre la España resiliente (aunque las cuentas sigan en el armario)”

La valoración soberana de un Estado por parte de las agencias de calificación constituye un elemento de enorme influencia en los mercados financieros. España, inmersa en tensiones judiciales y arbitrajes internacionales por incumplimientos en el pago a inversores de energías renovables, sigue siendo objeto de escrutinio por parte de S&P Global Ratings. Dos informes recientes, el de 14 de marzo de 2025, que mantiene la calificación en A/A-1, y el del 12 de septiembre de 2025, que eleva la nota a A+, ilustran tanto la coherencia metodológica como las contradicciones estratégicas de esta agencia en su valoración del riesgo país.

Ambos informes comparten una serie de diagnósticos:

Crecimiento económico superior al promedio europeo: España se mantiene como una de las economías más dinámicas de la eurozona, con proyecciones de crecimiento en torno al 2-2,6% anual, frente al estancamiento de países como Francia o Alemania.

Persistencia del elevado endeudamiento público: La deuda sigue en torno al 100% del PIB, con trayectorias de reducción modestas hacia 2028, muy por debajo de las mejoras logradas por Portugal o Grecia.

Resiliencia externa: Ambos documentos destacan el desapalancamiento privado y los superávits por cuenta corriente como factores clave de la estabilidad financiera.

Debilidad institucional: Se subraya la fragmentación política y la incapacidad de aprobar presupuestos desde 2023, lo que limita las reformas estructurales y deja a España en un marco de política fiscal reactiva, más que planificada.

Mercado laboral dinámico pero aún frágil: La dualidad persiste pese a mejoras en la contratación indefinida; el desempleo sigue muy por encima de la media de la OCDE.

Las divergencias entre marzo y septiembre se centran en la interpretación del balance externo y sus implicaciones crediticias:

·      Informe de marzo (A/A-1, perspectiva estable):

Predomina la cautela. S&P reconoce el dinamismo de las exportaciones y la inmigración, pero insiste en que la deuda pública es un lastre.

Advierte de los riesgos derivados del gasto en defensa, de la volatilidad internacional y de la fragilidad institucional.

Señala que la consolidación fiscal es insuficiente y que España no aprovecha plenamente su ciclo expansivo para reducir deuda.

·      Informe de septiembre (A+, perspectiva estable):

El tono es más triunfalista: se subraya la mejora estructural de la posición externa, con la deuda neta externa descendiendo del 150% al 130% de los ingresos por cuenta corriente en el horizonte 2028.

La calificación se eleva pese a que los desequilibrios fiscales permanecen prácticamente intactos, con un déficit que apenas baja al 3,2% del PIB en 2024 y se proyecta al 2,6% en 2028, cifras muy similares a las estimadas en marzo.

Se enfatiza un cambio cualitativo en las exportaciones: mayor peso de los servicios de alto valor añadido frente al turismo, interpretado como una transformación estructural.

En suma, mientras en marzo se pondera el riesgo fiscal y político, en septiembre se premia la resiliencia externa, incluso sin mejoras fiscales relevantes.


La disparidad de conclusiones en un intervalo de seis meses invita a una lectura crítica.

Sobrevaloración del balance externo: Si bien la reducción de la deuda externa neta es innegable, la premisa de que este proceso es irreversible resulta optimista, sobre todo en un entorno de fragmentación parlamentaria, tensiones arancelarias globales y litigios internacionales que pueden mermar la balanza de pagos.

Infravaloración del riesgo político: El reconocimiento de la parálisis presupuestaria se mantiene en ambos informes, pero en septiembre no impide la mejora de la nota. La contradicción es evidente: ¿cómo conciliar un “estancamiento político” con un alza de calificación?

Déficit de realismo fiscal: La ratio de deuda pública apenas se mueve del 100% del PIB y la consolidación es raquítica. Otras agencias, como Fitch, mantienen posiciones más prudentes, lo que revela que la decisión de S&P puede estar condicionada por factores reputacionales o de mercado más que por fundamentos fiscales.

Euforia selectiva: El informe de septiembre interpreta el crecimiento de los servicios no turísticos como prueba de un cambio estructural. Sin embargo, los datos muestran que el turismo sigue siendo dominante en la balanza de pagos. La narrativa de “diversificación” parece más aspiracional que efectiva.

Es decir la elevación de la calificación de España en septiembre de 2025 por parte de S&P plantea más preguntas que respuestas. En marzo, la agencia reconocía limitaciones fiscales, riesgo político y deuda elevada. En septiembre, con indicadores fiscales prácticamente inalterados, el énfasis cambia hacia una lectura casi celebratoria del balance externo y de las exportaciones de servicios. Esta volatilidad analítica mina la credibilidad de las calificaciones y puede interpretarse como una “tomadura de pelo” para los acreedores internacionales que litigan contra el Estado español por incumplimientos en energías renovables.

En última instancia, el contraste entre ambos informes muestra que las agencias no son oráculos neutrales, sino actores con agendas y sensibilidades cambiantes, capaces de girar el timón de su narrativa sin que los fundamentos macroeconómicos lo justifiquen plenamente.


lunes, 8 de septiembre de 2025

China y el imperio del lenguaje.......I Wasn't Enough


 “China y el imperio del lenguaje”

Este artículo analiza la transición hacia un orden mundial multipolar y la forma en que la iniciativa de gobernanza global de China se erige como una narrativa estratégica en dicho proceso. Se examinan las interpretaciones sobre la propuesta de Xi Jinping, la reacción europea, así como la posición del mundo árabe y de América del Sur. Se sostiene que China busca crear un lenguaje político propio, destinado a legitimar su liderazgo en el Sur Global, del mismo modo que Occidente impuso conceptos como “democracia liberal” o, más recientemente, discursos culturales como el “woke”. El estudio concluye que la disputa no es meramente geopolítica, sino fundamentalmente económica y normativa: quién define las categorías, las instituciones y los marcos de legitimidad en el siglo XXI.

La noción de multipolaridad ha adquirido un lugar central en el análisis de las relaciones internacionales contemporáneas. El progresivo desgaste de la hegemonía estadounidense y la emergencia de polos alternativos, China, Rusia, India, el mundo árabe y, en menor medida, América del Sur, han configurado un escenario de competencia multidireccional. En este marco, el texto “Trump multipolar” ofrece una doble clave de lectura: por un lado, el estilo unilateral y transaccional de Donald Trump como expresión de una multipolaridad sin normas; por otro, la iniciativa de Xi Jinping de una “gobernanza global más justa e igualitaria”, interpretada por diversos expertos rusos.

El presente artículo examina este debate desde una perspectiva crítica. Se argumenta que la gobernanza global china constituye menos un programa institucional concreto que una narrativa política cuyo objetivo es construir legitimidad en el Sur Global, deslegitimar el orden liberal occidental y proyectar un lenguaje propio en las relaciones internacionales.

La multipolaridad como fragmentación

La multipolaridad no debe entenderse como un “orden” estable, sino como un sistema fluido de polos de diverso tamaño que interactúan en función de intereses coyunturales. En este contexto, el estilo político de Trump representa la versión más coherente de esta lógica: desprecio hacia las instituciones multilaterales y preferencia por negociaciones bilaterales en las que Estados Unidos sigue considerándose invencible.

Sin embargo, esta estrategia, aunque eficaz en el corto plazo, genera un vacío normativo que abre la puerta a otros discursos de organización internacional. Es aquí donde se inserta la iniciativa china.

La gobernanza global de China: entre la narrativa y la estrategia

Continuidad histórica_ Se puede sostener que la propuesta de Xi Jinping constituye una actualización de los “Cinco principios de coexistencia pacífica”, formulados en los años cincuenta: soberanía, no agresión, no injerencia, beneficio mutuo y coexistencia pacífica. De este modo, China apela a la tradición para legitimar su aspiración de liderazgo.

Construcción de bloques en el Sur Global_ La iniciativa no es un plan concreto de reforma institucional, sino un marco discursivo alrededor del cual Beijing busca articular un bloque de apoyo compuesto principalmente por países del Sur Global. Su finalidad última es la transformación gradual de las normas internacionales en función de intereses chinos.

Aceptación de la realidad_ Se podría interpretar la propuesta como un “manifiesto de aceptación de la realidad”: China habría comprendido que Occidente no reformará las instituciones heredadas del siglo XX (FMI, Banco Mundial, OMC) y, por tanto, apuesta por la creación de estructuras paralelas y regionales (BRICS+, OCS+).

Autoposicionamiento global_ Por primera vez en décadas China formula un concepto holístico de gobernanza global, elevando su discurso a la categoría de narrativa universal. Lo decisivo aquí es el lenguaje político: Pekín evita términos occidentales como “multilateralismo” o “globalismo” y busca imponer su propia terminología, replicando la estrategia cultural con que Occidente introdujo categorías como “democracia liberal” o el discurso “woke” en el debate global.

Dimensión de seguridad_  Se destaca la inclusión de la seguridad global como pilar de la propuesta: rechazo de sanciones unilaterales, oposición a la ideologización económica y apuesta por la indivisibilidad de la seguridad. Este enfoque multidimensional refuerza el atractivo de la narrativa china en regiones inestables.

Europa, mundo árabe y América del Sur

La reacción europea se caracteriza por la ambivalencia: subordinación militar a la OTAN y a EE. UU., pero dependencia económica de China y energética del mundo árabe. La autonomía estratégica europea, aunque deseada, parece inalcanzable.

El mundo árabe, en cambio, percibe en la iniciativa china una oportunidad para escapar de la tutela occidental. Los países del Golfo explotan su poder energético en clave de equilibrio, mientras que el Magreb y Oriente Medio valoran el principio de no injerencia. El rechazo a sanciones unilaterales y la causa palestina fortalecen el acercamiento a Moscú y Pekín.

América del Sur enfrenta la multipolaridad desde una posición periférica: China es ya socio comercial dominante en varios países, Rusia ofrece apoyo político selectivo, y Estados Unidos mantiene su influencia financiera y seguritaria. Sin embargo, la falta de integración regional limita la capacidad sudamericana de constituirse en polo autónomo.

Dimensión filosófica: el lenguaje, la hegemonía y el autoritarismo

En la tradición filosófica clásica, Platón advertía en el Gorgias sobre la capacidad del discurso (logos) para modelar las conciencias y legitimar el poder. En la misma línea, Aristóteles distinguía entre el logos como instrumento de deliberación política y el uso sofístico del lenguaje para manipular a las masas.

Aplicado al caso chino, la iniciativa de gobernanza global puede interpretarse como un intento de apropiarse del logos internacional, creando categorías nuevas para reordenar el mundo según sus intereses. Al evitar conceptos de raigambre occidental como “multilateralismo” o “globalización”, China persigue lo que los estoicos habrían llamado hegemonikon: el centro rector que orienta no solo las acciones, sino también las percepciones y valores.

Ahora bien, este esfuerzo discursivo se enmarca en un sistema de naturaleza autoritario. A diferencia del ideal clásico de la isonomía (igualdad ante la ley) o de la polis como espacio de deliberación, el modelo chino se sustenta en un control interno férreo sobre la sociedad, la censura de disidencias y la subordinación del individuo al Estado. En términos de filosofía política, la trayectoria de China recuerda más al despotismo oriental descrito por Montesquieu que a una república aristotélica o a una politeia equilibrada.

En este sentido, la gobernanza global propuesta por Pekín no debe confundirse con un universalismo democrático, sino que constituye una proyección externa de su propio autoritarismo adaptativo: flexibilidad narrativa hacia fuera, rigidez normativa hacia dentro. Se trata de un “imperio del lenguaje” donde el poder blando se conjuga con un proyecto de supremacía normativa.

Resumiendo: “El logos autoritario: China y la nueva gobernanza global”

La gobernanza global china, más que un plan de acción, constituye una estrategia discursiva. Busca legitimar el ascenso de China, erosionar el orden liberal occidental y seducir al Sur Global mediante un lenguaje político propio. Este esfuerzo debe entenderse como parte de la lucha por el control de los significados: así como Occidente introdujo conceptos como “democracia liberal” o “woke”, China pretende construir un vocabulario internacional que naturalice su hegemonía emergente.

El debate sobre multipolaridad y gobernanza global no es, pues, meramente geopolítico. Se trata de una disputa por la redistribución del poder económico y normativo mundial, en la que cada polo compite no solo por recursos, sino también por el derecho a definir las palabras y categorías con que se nombra y ordena la realidad internacional.



domingo, 7 de septiembre de 2025

El efecto bumerán de las sanciones... Llamas del alma.

 


El efecto bumerán de las sanciones:

¿Empobrecimiento de Europa en nombre de Ucrania?

 

La Unión Europea (UE) atraviesa desde 2022 un periodo de estancamiento económico que ha abierto un intenso debate sobre las verdaderas causas de la pérdida de dinamismo en la eurozona. Si bien diversos factores estructurales influyen en esta ralentización, desde la transición demográfica hasta la rigidez de los mercados laborales, un elemento ha cobrado un protagonismo indiscutible: las sanciones económicas contra la Federación Rusa, adoptadas como respuesta a la invasión de Ucrania. Dichas medidas, lejos de debilitar de manera determinante a Rusia, han provocado un “efecto bumerán” que golpea con especial dureza a los países europeos. En este contexto surge una pregunta incómoda: ¿apoyar militar y económicamente a Ucrania con recursos europeos significa, en realidad, sacrificar la estabilidad y el bienestar de las sociedades del continente?

El corazón de la crisis europea se encuentra en el precio de la energía. Tras la imposición de sanciones a Rusia en 2022, el gas natural en Europa multiplicó su precio por 2,35 respecto al promedio del trienio anterior a la pandemia. Dado que gran parte de la industria europea, metalurgia, siderurgia, química, depende intensamente de esta fuente energética, el impacto fue inmediato: caída de la competitividad, cierre de plantas, reducción del consumo y disminución de la capacidad adquisitiva de los hogares.

A este daño directo se suman efectos indirectos de segundo y tercer orden: la contracción del consumo privado en bienes manufacturados y la transmisión de la recesión industrial de países como Alemania e Italia al resto de la eurozona, altamente integrada. Así, el “efecto bumerán” de las sanciones no es un concepto abstracto, sino un fenómeno verificable en indicadores de crecimiento, inversión y empleo.

Paradójicamente, Rusia, blanco de las sanciones, experimentó una recesión inicial en 2022, pero logró recuperar niveles de crecimiento en 2023-2024 mediante la diversificación de sus mercados hacia Asia y la sustitución de importaciones. En cambio, la UE se adentró en un ciclo de estancamiento prolongado: cinco trimestres consecutivos sin crecimiento en la eurozona entre 2023 y 2024.

Este contraste evidencia una falla estratégica: Europa castigó severamente su propio tejido productivo sin lograr un debilitamiento proporcional del adversario. La dependencia estructural de los recursos energéticos rusos era conocida de antemano, lo que plantea interrogantes sobre la racionalidad de la decisión política adoptada en Bruselas y en las principales capitales europeas.

Los países europeos muestran variaciones en la magnitud de los daños, pero todos comparten la misma tendencia. Alemania, motor industrial de Europa, entró en recesión a finales de 2022; Italia evidenció un estancamiento prolongado; y Francia, aunque más resiliente por su menor dependencia de combustibles fósiles, apenas logró sostener un crecimiento marginal del 0,5 % en 2025, tras haber agotado gran parte de sus recursos fiscales en medidas como el “escudo tarifario”.

El denominador común es claro: la política de sanciones ha generado costos fiscales, industriales y sociales que recaen directamente sobre los ciudadanos europeos, reduciendo su nivel de vida y comprometiendo la sostenibilidad de las finanzas públicas.

¿A quién beneficia el sacrificio europeo?

La cuestión crucial trasciende los datos económicos: ¿por qué los dirigentes europeos insisten en mantener y ampliar un esquema de sanciones que empobrece a sus propios pueblos? La retórica oficial alude a la defensa de valores democráticos y al apoyo solidario a Ucrania. Sin embargo, esta narrativa deja sin respuesta interrogantes fundamentales.

En primer lugar, ¿se justifica prolongar una política que compromete la competitividad industrial europea frente a Estados Unidos y Asia, cuyos mercados emergen fortalecidos de la coyuntura? En segundo lugar, ¿qué intereses ocultos, geopolíticos, financieros o estratégicos, motivan a los responsables políticos a persistir en un camino que la evidencia empírica demuestra contraproducente?

Cabe preguntarse, además, si los gobiernos europeos priorizan verdaderamente la soberanía económica del continente o si, por el contrario, aceptan un rol subordinado en una estrategia diseñada en Washington, donde la industria estadounidense se beneficia del encarecimiento energético en Europa y del debilitamiento de su competencia transatlántica.

El estancamiento económico de la Unión Europea desde 2022 no puede entenderse sin atender al efecto devastador de las sanciones contra Rusia. Lejos de constituir un instrumento de presión eficaz, estas medidas se han convertido en un factor central del empobrecimiento europeo, debilitando a sus industrias, erosionando el poder adquisitivo de los hogares y tensionando los presupuestos estatales.

Apoyar a Ucrania mediante la prolongación de un conflicto y el sacrificio económico de millones de ciudadanos europeos plantea un dilema ético y político de primer orden. La verdadera pregunta que debe formularse la sociedad europea es clara: ¿Quién gana realmente con este sacrificio y por qué los líderes políticos ocultan las motivaciones últimas de una estrategia que mina el futuro económico de Europa?




viernes, 5 de septiembre de 2025

La paradoja del fiscal general.... Los ojos no mienten

 


La paradoja del fiscal general: poder, habitus institucional y crisis de legitimidad

La permanencia en el cargo de un fiscal general procesado por revelación de secretos constituye un fenómeno que, más allá de su singularidad jurídica, debe interpretarse en clave sociológica. Este episodio no puede reducirse a la trayectoria individual de Álvaro García Ortiz, sino que debe ser leído como síntoma de una crisis estructural de legitimidad institucional en el Estado español.

Siguiendo a Castells, hablamos de una “crisis de credibilidad del Estado en la esfera pública” (Castells, 2009), donde la distancia entre discurso oficial y práctica material erosiona la confianza ciudadana en el sistema.

El acto judicial como ritual fallido

La apertura del Año Judicial, presidida por el Rey en el Tribunal Supremo, constituye un ritual de reproducción simbólica del orden institucional. Según Habermas (1973), los rituales de legitimación refuerzan la adhesión social siempre que exista correspondencia entre normas proclamadas y normas aplicadas.

En este caso, la disonancia es flagrante: el fiscal general, procesado y a las puertas del juicio oral, invoca su fe en la justicia, en la verdad y en la independencia judicial. El resultado es un ritual fallido: el intento de legitimación se convierte en confirmación de la crisis. Como señalaría Bourdieu (1997), el capital simbólico del acto se invierte, generando un “efecto de desautorización” que afecta tanto a la figura del fiscal como a la institución que representa.

El silencio como capital político

La carrera de García Ortiz se explica menos por méritos jurídicos que por su capacidad de gestionar silencios estratégicos. En episodios críticos, desde la gestión política del “chapapote” hasta la filtración de información sensible, su capital político se ha construido sobre la negativa a contradecir al poder.

En términos bourdieusianos, su habitus institucional no se define por la autonomía profesional, sino por la disposición a reproducir el orden jerárquico que lo nombra y protege. El silencio se convierte así en capital político negativo, rentable en la lógica de redes de lealtad descrita por Castells: un recurso que permite ascender en un campo dominado por la interdependencia entre política y justicia.

Paradoja institucional y autorreferencialidad del sistema

La Fiscalía, como institución, se ve atrapada en una doble paradoja:

Nombramiento político vs. autonomía judicial: la autoridad del fiscal general depende de un mecanismo de designación gubernamental, lo que condiciona su capacidad para proyectar imparcialidad.

Procesamiento vs. jerarquía: el fiscal procesado mantiene superioridad jerárquica sobre quienes deberían intervenir en su causa, generando una contradicción sistémica.

Luhmann (1984) advertía que los sistemas sociales operan mediante autorreferencialidad: necesitan producir sus propias condiciones de validez. Sin embargo, aquí el sistema jurídico se sabotea a sí mismo, al permitir que el representante máximo de la legalidad sea simultáneamente objeto de procesamiento penal. La autorreferencia se convierte en autonegación.

Crisis de legitimidad en la sociedad-red

En la sociedad red (Castells, 2001), los flujos de información multiplican el escrutinio público y erosionan las estrategias clásicas de control institucional. La visibilidad del caso García Ortiz no se limita a los tribunales, sino que circula en medios digitales y redes sociales, generando una narrativa de descrédito que ningún discurso protocolario puede revertir.

La consecuencia es una crisis de legitimidad en sentido habermasiano: el déficit de credibilidad impide que los ciudadanos acepten como válidas las decisiones institucionales. En términos de confianza social, se produce un déficit de reconocimiento recíproco, en el que la ciudadanía percibe que la justicia se ejerce como extensión de la lógica partidista y no como servicio público imparcial.

Al final a tientas

El caso del fiscal general procesado no es un episodio anecdótico, sino un indicador de la desarticulación del capital simbólico del Estado de derecho en España. La coexistencia de legalidad formal y prácticas políticas de blindaje erosiona la legitimidad de las instituciones judiciales y alimenta la desafección democrática.

Como ya anticipara Castells, en un contexto de crisis sistémica “la legitimidad se desplaza de las instituciones a las redes sociales, donde la credibilidad se redefine en tiempo real”. La paradoja española es clara: cuanto más se intenta blindar políticamente a la Fiscalía, más se la expone a la desconfianza social.

El desenlace personal de García Ortiz “juicio, condena o absolución”, es secundario frente al efecto estructural: una ciudadanía cada vez más convencida de que las instituciones no representan autoridad imparcial, sino obediencia al poder político. En este escenario, la verdadera pregunta no es si un fiscal procesado puede seguir en el cargo, sino cuánto más puede resistir un Estado de derecho cuyo capital simbólico se deshace en el teatro mismo de su legitimación.


El fiscal general y la tragicomedia del “mandado”... Lujuria serena.

 


El fiscal general y la tragicomedia del “mandado”

En España, país donde los toros embisten pero la justicia se arrastra, tenemos el dudoso honor de estrenar al primer fiscal general procesado de la historia. Álvaro García Ortiz, hombre de fe (en la toga propia, no en la justicia ajena), acudió al solemne acto de apertura del Año Judicial con la dignidad del alumno que llega a clase sabiendo que lo van a pillar copiando.

Su discurso fue una pieza maestra del género “yo no soy yo, y mucho menos mi circunstancia”: afirmó creer en la justicia, en la verdad y hasta en la independencia judicial, todo mientras carga con un procesamiento por revelación de secretos. El resultado fue un espectáculo digno del Berlanga más inspirado: un rey que no puede negarle la mano, una sala de jueces que apenas aplaude y un fiscal que se defiende a sí mismo con la solemnidad del que lee un salmo.

García Ortiz pretende convencernos de que no es una “caricatura sumisa” al poder. Pero la realidad es más cruel: la caricatura lo supera. ¿Qué mejor prueba de independencia que ser nombrado a dedo por el Gobierno y blindado por él cuando la toga se mancha? Su destino no se escribe en los tribunales, sino en el BOE. La Fiscalía, dice, es “sólida y confiable”. Sólida, sí: como el cemento armado de la obediencia. Confiable, desde luego: siempre para el presidente que lo sostiene.

La paradoja es grotesca. Un fiscal general procesado debe entregar la memoria anual al Rey, que lo recibe con gesto imperturbable mientras todos saben que en unos meses podría estar sentado en el banquillo. Los jueces, por su parte, contemplan la escena como quien asiste a un sainete: indignados, pero atrapados en el protocolo que les impide hacer algo más que mirar hacia otro lado y ajustar la toga.

El caso recuerda a aquel “chapapote” político que en su día manchó las costas pero, paradójicamente, limpió la carrera de algunos silenciosos. García Ortiz aprendió entonces que el silencio es más eficaz que la oratoria. Callar cuando conviene te sube escalones; hablar de justicia cuando estás procesado te mantiene en el cargo.

Al final, lo que queda no es un defensor de la legalidad, sino un “mandado del presidente”, útil por dócil y dañino por duradero. Más que fiscal, es un notario de la decadencia institucional: la demostración de que en este país la ley se proclama en los discursos, pero se negocia en los pasillos.

Y mientras tanto, nosotros, ciudadanos, seguimos confiando en que el chapapote no alcance del todo la orilla de lo que aún llamamos Estado de derecho.