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domingo, 9 de marzo de 2025

El circo retórico e infantil de Malhuret: Tragicomedia de Macron...Por tu culpa

 


El circo retórico e infantil de Malhuret: Tragicomedia de Macron


La escena está montada: desde el corazón de la política francesa, Claude Malhuret, médico, abogado y senador, se erige como un actor que, con un lenguaje estruendosamente exaltado, convoca a un espectáculo de insultos, comparaciones históricas y metáforas de guerra moral. Su discurso, plagado de imágenes que recuerdan más a un recreo de patio de infantes que a un análisis estratégico, se abre paso en el debate público con la intención de encender pasiones y dividir opiniones, mientras convoca a una supuesta defensa europea ante los “excesos” de la Casa Blanca. Esta pieza resulta tan rocambolesca en sus propuestas como cómica en su tono, y es precisamente esa mezcla la que merece un análisis socio-psicológico y racional para comprender sus implicaciones en una ciudadanía que anhela la paz.

El análisis crítico del discurso de Claude Malhuret nos invita a cuestionar la eficacia y el propósito de una retórica que, en lugar de aportar claridad y propuestas sólidas, se sumerge en el terreno del insulto y la exageración. La combinación de una moralidad grandilocuente con argumentos que rozan lo infantil constituye un caldo de cultivo para la polarización y la desinformación. Resulta, en definitiva, una tragicomedia que, si bien puede suscitar carcajadas y asombro, nos deja con una amarga reflexión: ¿acaso la paz y el entendimiento se lograrán a través de un espectáculo de insultos y metáforas descabelladas?

Quizás la lección más irónica de este análisis sea que, en el mundo actual, donde los ciudadanos claman por un orden basado en la razón y el diálogo, es imperativo aprender a reírnos de nosotros mismos y de las absurdidades que se enmascaran de discursos políticos. La verdadera defensa de la paz no reside en la provocación ni en la teatralidad, sino en la capacidad de cuestionar, reflexionar y, sobre todo, en el compromiso colectivo con una política que priorice el entendimiento sobre la división.

En definitiva, el discurso de Malhuret se revela como un espejo distorsionado de una política que ha perdido su norte racional, dejando en claro que, a veces, el humor -por absurdo que sea- puede ser la mejor herramienta para desenmascarar los razonamientos infantiles y recordar a todos que la paz se construye, no se proclama en gritos.

El lenguaje del insulto y el absurdo del “rearme moral”

Desde los primeros compases de su intervención, Malhuret desborda un fervor que raya en lo infantil. Al llamar a Washington “la corte de Nerón”, a Trump “el bufón bajo ketamina” o al “rey del deal” que confunde la estrategia con una actuación circense, se emplea un repertorio de insultos que, en lugar de profundizar en un debate razonado, desciende al terreno de la burla y la caricatura . Esta estrategia retórica, lejos de invitar a una discusión madura sobre política internacional, se asemeja a las disputas de un recreo: gritos, insultos y una serie de descalificaciones que, aunque pueden resultar humorísticos en apariencia, reflejan una especie de razonamiento infantil. Tal actitud, que en principio buscaría movilizar a la opinión pública, en realidad propicia un ambiente de confrontación y polarización en el que se pierde la posibilidad de un debate basado en argumentos sólidos.

Entre las propuestas de Malhuret destaca la invocación a un “rearme moral” europeo, una especie de mandato casi mesiánico que conjuga el resentimiento hacia la política estadounidense con la necesidad de reconstituir un espíritu de defensa y unidad continental. ¿Qué significa, en un plano realista, rearmarse moralmente? La imagen resulta tan absurda como sugerente: se trata de un llamado a dotar a Europa de una fuerza ética que, supuestamente, compense la falta de apoyo militar y estratégico por parte de Estados Unidos. Es casi cómico imaginar que la moral, esa cualidad intangible y subjetiva, pueda organizarse con la precisión de un ejército y desplegarse en el campo de batalla del debate internacional. Esta propuesta, que en un primer vistazo podría parecer un ideal elevado, se disuelve en una retórica grandilocuente que, a fuerza de exageraciones, no escapa al ridículo.

La fusión de la política con el teatro y la parodia

El discurso de Malhuret se convierte, en última instancia, en una especie de obra de teatro político donde los protagonistas son personajes casi de fábula: un Washington decadente, un Trump irracional y un Putin maquiavélico que, al final, encarnan los peores arquetipos de la política internacional. La insistencia en acusar a los “comparsistas de Putin” y en alertar de una traición que se asemeja a una tragicomedia, añade un tinte de surrealismo que resulta, paradójicamente, tan divertido como perturbador . Esta teatralidad, que podría ser fruto de una estrategia para movilizar emociones y crear un enemigo común, desvirtúa la seriedad del análisis político, convirtiéndolo en una especie de espectáculo circense en el que la profundidad de los problemas internacionales se diluye en un mar de metáforas exageradas y comparaciones históricas forzadas.

A la luz de este discurso, es inevitable preguntarse si no se trata, en esencia, de una farsa diseñada para distraer y dividir en lugar de construir puentes hacia una solución pacífica. Los razonamientos de Malhuret, tan cargados de insultos y exageraciones, parecen más orientados a generar un clima de confrontación y a alimentar la pasión popular con dosis de humor ácido, que a fomentar un diálogo constructivo basado en el respeto y la reflexión racional. Desde una perspectiva socio-psicológica, podemos observar cómo el uso del lenguaje agresivo y las imágenes infantiles responde a mecanismos de proyección y catarsis, donde la complejidad de la política internacional se reduce a un enfrentamiento entre “los buenos” y “los malos”. Esta simplificación no solo empobrece el debate, sino que también alimenta la polarización en una sociedad que, en el fondo, anhela la paz y la resolución pacífica de los conflictos.

El humor, a pesar de su capacidad para suavizar tensiones, en este contexto adquiere un matiz irónico: lo que a primera vista puede parecer una broma de mal gusto, en realidad encierra una crítica mordaz a la tendencia de algunos discursos políticos de recurrir a fórmulas infantiles para movilizar masas. Es irónico que, en una época en la que la ciudadanía demanda soluciones racionales y pacíficas, se recurran a estrategias de comunicación que más parecen salidas de un circo, donde la agresividad verbal y las metáforas desmedidas despliegan un teatro absurdo en nombre de la defensa de valores que, en teoría, deberían unirnos.



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