LOS PÉTALOS SILENCIOSOS
Bajo el manto del 8 de marzo, día en que se celebra la onomástica y, a la vez, la esencia misma de un nombre que florece en el tiempo, se alza un verso que entrelaza la historia del lenguaje de las flores con la vibrante alma del idioma hispano.
En el jardín del
pasado, los pétalos eran testigos de un código secreto, un idioma silente en el
que cada flor narraba sentimientos prohibidos y deseos velados. Las reglas de
los pétalos, esculpidas en el siglo XIX, dictaban que una rosa sin espinas era una
sincera ofrenda de amistad, mientras que el capullo cerrado, adornado con
espinas, dejaba entrever la esperanza tímida y la incertidumbre de un amor que,
a pesar del temor, anhelaba acercarse. Así, cada matiz y cada arreglo se
convertían en un delicado mensaje, una conversación íntima entre almas que
conocían el arte de lo no dicho.
Hoy, en la
actualidad, el legado de aquel lenguaje florido se sigue esparciendo, pero ya
no se limita a la formalidad de la nobleza o a los estrictos cánones de una
etiqueta olvidada. El idioma hispano, rico en metáforas y en la cadencia de sus
palabras, ha sabido acoger esta tradición y reinventarla en versos y prosas, en
los murmullos de los poetas y en la risa de la vida cotidiana. Como un eco que
se reinterpreta en cada generación, el simbolismo floral se funde con la
esencia de nuestra lengua, evocando la fuerza, la ternura y la rebeldía de
quienes, con una palabra, transforman el dolor en belleza y la tristeza en
poesía.
En este día que
rinde homenaje al nombre y a la identidad, recordamos que la poesía no solo
habita en los libros, sino también en cada gesto y en cada flor que, al ser
regalada, se convierte en un puente entre el ayer y el hoy. El lenguaje de las
flores, tan meticuloso en sus reglas, se transforma en un diálogo perpetuo en
el que cada palabra, cada sílaba, es como un pétalo que cae, revelando secretos
y emociones profundas. Es un arte de la sutileza que, a lo largo del tiempo, ha
sabido integrarse en la narrativa del ser, en la forma en que hablamos de amor,
de amistad y de la vida misma.
Así, en esta
jornada de onomástica, celebremos el encuentro entre la tradición de un
lenguaje silencioso y la vitalidad del idioma hispano. Que cada flor, en su
perfecta imperfección, nos recuerde que el lenguaje, al igual que la vida, es
un jardín en constante floración, donde cada nombre y cada palabra encierran la
promesa de una belleza eterna.
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