Sentencia de muerte
El Partido Popular
ha vuelto a demostrar que, lejos de ser un partido de principios, es una
máquina de cálculo electoralista que opera con una mezcla de torpeza,
prejuicios y falta de liderazgo. La decisión de apoyar a Teresa Ribera como
comisaria europea en plena crisis de la DANA no solo es un error de estrategia
política, sino una muestra inequívoca de la inseguridad y la falta de
convicción de su actual dirección. Un partido que se presume como alternativa
de gobierno no puede permitirse estos titubeos ni mucho menos la contradicción
de señalar a Ribera como culpable de la catástrofe mientras la impulsa para un
puesto de relevancia en Bruselas.
Si algo define al
liderazgo actual del PP es su inestabilidad y su propensión a la queja
constante. No se trata solo de la falta de experiencia o de méritos propios en
la carrera política del dirigente actual, quien accedió a su puesto en el
ámbito autonómico como una herencia partidista sin haber demostrado un
liderazgo auténtico. Lo preocupante es que, además de esta falta de trayectoria
real, se suma una actitud permanente de prejuicios y una inseguridad que lastra
cualquier atisbo de firmeza. Su obsesión con el simbolismo, como el rechazo al
congreso del Partido Popular Europeo en Valencia, refleja un temor constante a
las sombras del pasado, un miedo a su propio electorado y una fragilidad
política impropia de alguien que pretende liderar un partido nacional.
El PP, en su afán
de contentar a todos y a la vez no descontentar a nadie, ha caído en una
contradicción tras otra. La gestión de la DANA es un ejemplo claro: primero se
acusa a Ribera del desastre, luego se le otorga un respaldo implícito para un
cargo europeo. En este juego de malabares, lo único que queda en evidencia es
la falta de seguridad en sí mismo del partido y su líder, quien parece más
preocupado por no equivocarse que por gobernar con determinación.
El problema de
fondo no es solo la estrategia errática del PP, sino la erosión de su
credibilidad. Un partido que vacila ante cada decisión crucial, que basa su
discurso en prejuicios antes que en propuestas sólidas, y que se esconde detrás
de maniobras tácticas en lugar de ofrecer liderazgo real, está condenado a la
irrelevancia. El PP ha optado por la táctica del corto plazo, sin darse cuenta
de que, con cada concesión y cada inseguridad expuesta, lo que realmente pierde
es su propia identidad como alternativa política.
Si el Partido
Popular quiere aspirar a gobernar con seriedad, necesita urgentemente abandonar
esta dinámica de contradicciones, victimismo y falta de rumbo. Porque en
política, como en la vida, la inseguridad no solo es un problema, sino una
sentencia de muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario