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jueves, 13 de marzo de 2025

Sentencia de muerte....pa que me llamas

 


Sentencia de muerte

El Partido Popular ha vuelto a demostrar que, lejos de ser un partido de principios, es una máquina de cálculo electoralista que opera con una mezcla de torpeza, prejuicios y falta de liderazgo. La decisión de apoyar a Teresa Ribera como comisaria europea en plena crisis de la DANA no solo es un error de estrategia política, sino una muestra inequívoca de la inseguridad y la falta de convicción de su actual dirección. Un partido que se presume como alternativa de gobierno no puede permitirse estos titubeos ni mucho menos la contradicción de señalar a Ribera como culpable de la catástrofe mientras la impulsa para un puesto de relevancia en Bruselas.

Si algo define al liderazgo actual del PP es su inestabilidad y su propensión a la queja constante. No se trata solo de la falta de experiencia o de méritos propios en la carrera política del dirigente actual, quien accedió a su puesto en el ámbito autonómico como una herencia partidista sin haber demostrado un liderazgo auténtico. Lo preocupante es que, además de esta falta de trayectoria real, se suma una actitud permanente de prejuicios y una inseguridad que lastra cualquier atisbo de firmeza. Su obsesión con el simbolismo, como el rechazo al congreso del Partido Popular Europeo en Valencia, refleja un temor constante a las sombras del pasado, un miedo a su propio electorado y una fragilidad política impropia de alguien que pretende liderar un partido nacional.

El PP, en su afán de contentar a todos y a la vez no descontentar a nadie, ha caído en una contradicción tras otra. La gestión de la DANA es un ejemplo claro: primero se acusa a Ribera del desastre, luego se le otorga un respaldo implícito para un cargo europeo. En este juego de malabares, lo único que queda en evidencia es la falta de seguridad en sí mismo del partido y su líder, quien parece más preocupado por no equivocarse que por gobernar con determinación.

El problema de fondo no es solo la estrategia errática del PP, sino la erosión de su credibilidad. Un partido que vacila ante cada decisión crucial, que basa su discurso en prejuicios antes que en propuestas sólidas, y que se esconde detrás de maniobras tácticas en lugar de ofrecer liderazgo real, está condenado a la irrelevancia. El PP ha optado por la táctica del corto plazo, sin darse cuenta de que, con cada concesión y cada inseguridad expuesta, lo que realmente pierde es su propia identidad como alternativa política.

Si el Partido Popular quiere aspirar a gobernar con seriedad, necesita urgentemente abandonar esta dinámica de contradicciones, victimismo y falta de rumbo. Porque en política, como en la vida, la inseguridad no solo es un problema, sino una sentencia de muerte.

 



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