El porvenir
engrandecido
Sabemos, que el genio
sin el amor, es la actividad sin el objeto, donde no puede existir la belleza, porque
cuando una potencia no se ejercita, se llegará a enervar, y tarde o temprano
desaparece.
Parecerá resultar
nuevamente en tela de juicio, porque es verdad, que en algunos la reflexión, les
tiende a suspender el movimiento y la vida.
Donde el sentimiento,
es descompuesto por el análisis, y se destruye formándose, y el resorte de la actividad
rompe. Pero la impotencia de querer, y de amar no es un progreso, es una
enfermedad y de la inteligencia, la ciencia no es responsable de ello.
Lo cierto, es que los
sentimientos hermosos, resultan espontáneos en primer lugar e irreflexivos. Y
aunque muchos no lo crean, no necesitan símbolos u objetos exteriores presentes,
y tangibles para excitarse; Estos sentimientos tienen un objeto más general y
abstracto; pueden aplicarse a ideas puras, a una doctrina política o religiosa.
El sentimiento, tiende así
a fundirse con el pensamiento, y a no ser más, que el pensamiento mismo, bajo
otro aspecto. Nuestra sensibilidad, se intelectualiza, la ciencia la modifica,
la trasforma y no la destruye.
Si tomamos, todos los
grandes sentimientos, el de la naturaleza, el de lo divino, el del respeto, el
patriotismo, el amor, observamos, que se han vuelto más racionales, más filosóficos,
sin llegar a perder nada de su fuerza.
Y es, donde observamos,
que el origen de la inteligencia, parece haber nacido del poder de sentir, por
una evolución en sentido inverso, una sensibilidad más exquisita, nace de la inteligencia
misma, porque en cada uno, de nuestros sentimientos, se encuentra nuestro ser
entero, y en cada uno de nuestros movimientos, sentimos pasar algo, de la eterna
agitación de las cosas.
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