Mérito y dignidad.
El amor propio, alguna
vez, se encadena a la prudencia, donde tomará el asiento, de una concha de tortuga,
así siempre, ira caminando la espera, por los extensos campos del tiempo, en
busca del palacio de la ocasión. Esta forma de proceder, será de una majestuosa
pausa, como de tan hermosura resulta la madurez, sin jamás apresurarse, ni
apasionarse, se recostara, sobre las almohadas, que le presento la noche,
adulando, el mejor consejo en el mayor sosiego.
Siempre existirá, un
riesgo social de estas actitudes, a causa del entendimiento del respeto, decoro,
o de la genial antipatía; es cuando la estimación, empiece a bailar, entre la alabanza
y el desprecio, encontrándose en el tiempo y en el lugar, advirtiéndose siempre
aquella de lejos y este de cerca.
También, en el día a día,
adelantarse a confesar los defectos propios, cierra la boca a los demás, no
resultando esto, un desprecio por uno mismo, si no una heroica valentía, y al contrario de la alabanza, que en boca
propia, también ennoblece.
Porque siempre, la
desconfianza de uno mismo, proviene, o por naturaleza propia, o por malicia
ajena, que aunque parezca, que en nada van a acertar, agravan su destino, en no
probarlo, porque pueden temer, y descubrir antes los topes, que las
conveniencias.
Dispuesto, en este
extremo de imprudencia, se halla el seguro medio de cordura, y consiste en una
audacia discreta, singularizada en esa acción, de intrépida calificación de las
dignidades.
Lo importante, es dar salida a grandes empeños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario