La rata bajo los hórreos.
No es ya la leve
papeleta que cae en la urna, la que decide el destino de los pueblos, sino el
óleo misterioso de la santa ampolla, que es el que te confiere la autoridad,
siendo este el autentico valor del sufragio de los ciudadanos. Y es por lo tanto
de un alto interés para la colectividad que cada cual sepa lo que hace,
teniendo la conciencia de su derecho como grado indispensable de instrucción.
Y es de indudable
importancia la elevación del nivel moral de la sociedad, demasiado bajo en los
aires que corren. Con lo que nos propician combatir de frente la inmoralidad, de
específicos personajes que viven a costa de la política y la sociedad, que sin
razonamiento y consideración todo lo amenazan, pero es ahí donde debemos procurar
extirpar, hasta donde sea posible, la raíz del mal.
Es mejor que esos díscolos
regresen a ese sombrío paramo en que vegetaron sus almas y donde no han podido
aprender o han podido olvidar que es sagrada la vida, inviolable la propiedad, y
santo el pudor.
Pensaba este Satanás que
se había convertido en Dios, y podía azotar despiadadamente a la humanidad,
reinando como plaga epidémica en una de las naciones más democráticas y creyentes;
y esto no es una preocupación gratuita de una u otra clase de la sociedad, es la opinión de todos los que observaban con espanto, con indignación, con “escándalo
y escándala” las supersticiones y los abusos de la ignorancia, que estaban
empezando a confirmarse de tantas hipocresías de odio por las autoridades y los
hechos.
Ahora negar la
existencia y diaria intervención de la maldad en los asuntos de la vida, por
igual que la ilusión de las ratas cuando pretenden subir a los hórreos a contagiar
su rabia y a estropear tu supervivencia es absurdo, es como querer cerrar los
ojos a la evidencia, a ese cuadro de orgías infernales del robo y del odio, que
se singularizan en los periodos de criminalidad y dolencia humanas.
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