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martes, 6 de mayo de 2025

Renacer en las cenizas del anillo....Canciones de Amor Eternas

 


Renacer en las cenizas del anillo:

La última batalla por el alma de la Iglesia

En el corazón palpitante de Roma, donde la historia milenaria de la Iglesia Católica resuena en cada piedra y fresco, se desarrolla un drama silencioso pero profundo: los cardenales del Vaticano, en vísperas de un nuevo cónclave, destruyen los símbolos más poderosos del papado. El anillo del pescador y el sello de plomo, emblemas antiguos de la autoridad pontificia, son anulados y marcados con una cruz antes de ser reducidos a nada. Este acto, cargado de simbolismo, no es simplemente una ceremonia rutinaria: es la metáfora viva de un cambio que bulle en las entrañas mismas de la Iglesia.

La escena podría figurar en los frescos de Miguel Ángel, con sus gestos solemnes y rostros endurecidos por la responsabilidad histórica. Pero más allá de la teatralidad del rito, se despliega una lucha invisible: la de una institución que, en tiempos de guerras, polarización y violencia global, busca desesperadamente redefinir su misión y su liderazgo.

Los cardenales reunidos, según informa Vatican News, no son meros espectadores del pasado, sino arquitectos de un futuro que quieren teñir con los colores de la misericordia, la sinodalidad y la esperanza. Esos valores, lejos de ser abstracciones, son el grito urgente de una Iglesia que se reconoce en crisis, que mira hacia Oriente Medio, hacia Ucrania, y hacia las heridas abiertas en todo el mundo, y que comprende que su rol ya no puede ser el de un monarca que dicta desde un trono, sino el de un pastor que camina con su pueblo.

El proceso de elección papal, tan reglamentado por la Constitución Apostólica Universi Dominici Gregis, se mantiene fiel a sus ritos medievales, y sin embargo, el espíritu que anima esta elección es nuevo. La Capilla Sixtina se convierte en un claustro sagrado, donde los 138 cardenales electores, aislados del mundo exterior, no sólo buscan a un sucesor para la silla de Pedro, sino que se confrontan con el reto monumental de reinventar el liderazgo espiritual en la era de la posverdad y el desencanto.

Las votaciones, las papeletas quemadas que exhalan humos negros o blancos al cielo romano, son las señales visibles de un misterio que se juega en lo oculto. La Iglesia, en ese momento, es una barca que navega en aguas inciertas, sus timoneles escogiendo no sólo al capitán, sino también al rumbo mismo que desean seguir: ¿persistirán en la fortaleza de las tradiciones o abrirán sus puertas a la brisa renovadora que sopla desde las periferias?

Resulta significativo que desde 1379, todos los papas han sido elegidos entre los cardenales, aunque formalmente cualquier varón católico es elegible. Esta costumbre habla de la tensión entre apertura y exclusividad que define a la Iglesia: un cuerpo universal que, sin embargo, se cierra sobre sí mismo en los momentos cruciales.

Cuando finalmente se pronuncie el Habemus Papam desde el balcón de San Pedro, no será sólo un nuevo pontífice quien emerja ante la multitud expectante. Será la encarnación de la respuesta que la Iglesia da a su tiempo: ¿continuará siendo un faro en medio de la tormenta, o se replegará en las sombras de su propio esplendor pasado?

Así, en la destrucción de los símbolos del poder de Francisco, no asistimos a un simple acto litúrgico, sino a un rito de paso que anuncia el fin de una era y el nacimiento, aún incierto, de otra. La Iglesia, como el ave fénix, se consume en sus símbolos para renacer en su misión. Y es en ese renacer donde se juega no sólo su autoridad, sino su relevancia misma en un mundo que, más que nunca, necesita esperanza, camino y verdad.

 


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