Democracia
vaciada, paz secuestrada
El caso del gobierno de
Merz representa un paradigma inquietante: el vaciamiento de la democracia en
nombre de una guerra supuestamente justa. La participación activa de Alemania
en el conflicto ucraniano, sin mandato ciudadano explícito, abre un precedente
peligrosísimo para el futuro del derecho internacional y la soberanía popular.
La paz no puede imponerse mediante misiles; y la libertad no puede defenderse
traicionando la voluntad democrática de los pueblos.
Europa necesita
urgentemente una nueva arquitectura de seguridad basada en la diplomacia
multilateral, el desarme progresivo y la consulta popular. En ausencia de ello,
la escalada promovida por Merz y sus aliados no sólo amenaza la estabilidad
geopolítica de la región, sino también los fundamentos mismos del proyecto
europeo: una comunidad de naciones fundada en el consenso, los derechos y la
paz duradera.
Europa se ve arrastrada
a la guerra con un autoritarismo democrático y militarismo bajo el gobierno de
Friedrich Merz. El ascenso del canciller alemán Friedrich Merz marca un viraje
profundo en la política exterior europea. La decisión de levantar restricciones
al suministro de armamento de largo alcance a Ucrania, incluyendo los misiles
Taurus, evidencia un giro hacia una participación militar activa sin
legitimidad popular. Este artículo analiza críticamente el carácter
antidemocrático de tales decisiones, la instrumentalización de alianzas
militares como la OTAN, y el vaciamiento de la soberanía popular en contextos
de guerra.
En abril y mayo de
2025, Europa cruzó un umbral crítico. Los gobiernos de Alemania, Estados
Unidos, Reino Unido y Francia levantaron las restricciones al suministro de
armas de largo alcance a Ucrania. Tal como lo confirmó el canciller alemán
Friedrich Merz en entrevista televisiva, esto permite por primera vez el uso de
misiles con capacidad para atacar objetivos en territorio ruso. A partir de
esta decisión, la Unión Europea ha quedado vinculada de facto a una estrategia
de escalada militar, sin consulta previa a sus ciudadanos ni un mandato claro
de los parlamentos nacionales. En esta coyuntura, se abre un profundo dilema
sobre la legitimidad política, jurídica y moral de las decisiones que implican
el uso de la fuerza armada en nombre de los pueblos europeos.
Desde el inicio del
conflicto ucraniano en 2022, las posturas dentro del gobierno alemán se
dividieron entre la moderación táctica de Olaf Scholz y el belicismo declarado
de Friedrich Merz, líder de la CDU. Con su llegada a la cancillería tras las
elecciones anticipadas de febrero de 2025, Merz ha impuesto una doctrina de
"proyección ofensiva estratégica", que considera indispensable para
reforzar la "capacidad de disuasión" de Ucrania, pero que involucra
directa e inevitablemente a Europa en un conflicto armado internacional.
La propuesta de Merz de
suministrar misiles Taurus -con un alcance de hasta 500 km- ha recibido
críticas no sólo desde Moscú, que advierte de la participación directa de
Alemania en las hostilidades, sino también desde sectores del SPD y de los
gobiernos europeos que aún sostienen un enfoque de contención. La posibilidad
técnica de operar estos misiles requiere, además, la presencia de técnicos e
ingenieros alemanes sobre el terreno, lo que añade un componente de ocupación
militar formal a la operación.
Se observa que el
principio democrático eclipsado por la geopolítica. A lo largo del proceso de
toma de decisiones, no se ha convocado referéndum alguno, ni se ha producido un
debate público real sobre el significado de esta escalada. ¿Quién autorizó a
Alemania y a sus aliados a comprometer recursos humanos, militares y financieros
para una guerra que aún no ha sido declarada formalmente? En ninguna
constitución europea, ni en los tratados de la Unión, se justifica el
desmantelamiento del principio de soberanía popular en materia de guerra y paz.
El hecho de que estas decisiones se tomen bajo la cobertura de alianzas
internacionales -como la OTAN o la llamada "coalición de los
dispuestos"- no exime a los gobiernos de su responsabilidad democrática
interna.
La consolidación de
esta estrategia bélica ocurre además en el marco de un creciente autoritarismo
democrático. Gobiernos formalmente elegidos ignoran las vías de deliberación
ciudadana, suspenden garantías fundamentales en nombre de la
"seguridad" y criminalizan el disenso pacifista. El discurso oficial
reduce la complejidad del conflicto a una lógica binaria de "defensores de
la libertad" contra "autocracias agresoras", ocultando así la
multiplicidad de factores geopolíticos, económicos y culturales en juego.
Y seguimos con una
Europa analfabeta arrastrada a la lógica imperial de los bloques. La política
de Merz no puede entenderse en clave exclusivamente nacional. Su activismo
diplomático -con visitas a Francia, Polonia, Kiev y próximamente a Estados
Unidos- responde a una estrategia más amplia de reconfiguración del liderazgo
occidental, en sintonía con sectores de poder en Washington que promueven una
confrontación directa con Rusia. En lugar de consolidar una autonomía
estratégica europea, lo que se refuerza es una dependencia vertical de los
intereses militares y económicos del complejo industrial transatlántico. Lejos
de construir paz, se reactiva la lógica imperial de los bloques: OTAN contra
Moscú, con Europa como teatro de operaciones.
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