Inventario sensible
En el país, ciertamente
existen aptitudes, formadas por la educación, debidas a la pedagogía, o bien a
la política, que no se emplean, en provecho del individuo que las posee, ó
acaso en provecho de nadie; y ciertamente hay hombres, dotados de grandes
cualidades, que no trabajan para sí, ni tampoco para los demás, y en similitud,
también existen riquezas materiales, que no se llegan a utilizar para nada, o bien
el que las consume, resulta gente despechada y viciosa.
Y es que, en estas
circunstancias, no se concibe siquiera, que la actividad humana funcione, si no
procede de un espíritu dominado por la voluntad, dirigido por la razón,
estimulado por el sentimiento, o si este espíritu, aún cuando posea en el más
alto grado tales cualidades, se halla encerrado en una persona, débil, cohibida
y contrarrestando en sus actos, por la injusticia y la violencia.
Con lo que
predeciremos, como videntes, que intentar sujetar, pues, el espíritu á la
voluntad, guiarle por la razón, estimularle por el sentimiento; dotar al estado
y a las personas de sensatez, vigor y robustez, trazar, en fin, a la órbita, en
que deben moverse, para poder realizar el bien individual, no puede menos de
ser, que una obra y tesis de aspecto económico, que nada tiene que ver con
intereses europeos.
Porque el espíritu humano,
posee tres atributos o facultades distintas: el pensamiento, que la denominamos
también como inteligencia, la razón o reflexión, y el sentimiento, que se llama
también sensibilidad, y que resulta el origen de nuestros afectos y pasiones;
la voluntad, que toma el nombre de actividad, cuando está en ejercicio o estado
activo, y que tiene la propiedad de ser espontanea, autónoma ó independiente de
cualquier otra causa o fuerzas extrañas a ella misma.
Dado que en U. Europea, indiscutiblemente,
se reducen todas las grandezas terrenales, a un llanto que se agota, unos
quejidos que se apagan, una lápida que se oxida, un nombre que se borra, una
corona que se seca, una estatua que se cae, un recuerdo que se extingue, unos
huesos que se pulverizan para ir a confundirse, al trascurso del tiempo, con el
polvo que huellan nuestros pies.
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