En
el amor, saber y no saber, todo es lo mismo,
porque
el fin del cariño, es el abismo.
Todos anhelamos un amor
eterno, pero es preciso tener un minuto, para ver y observar, si lo que realmente
queremos para nuestra vida, concuerda con lo que hacemos por ella.
Y
sin mucha equivocación, dado que todos los ojos besan primero, observaremos en términos
generales, que en primer término, tan solo nos fijamos y rendimos homenajes, a
los únicos encantos que casualmente, suelen pasar fugaces, y que al mismo
tiempo, irán eclipsando los primeros hechizos, de nuestro semblante.
Digamos
que es la trasformación inconsecuente de la ley variable del tiempo; que nada
tiene que ver con ese aroma permanente del espíritu, que embellece la definitiva
y eterna, hermosura del alma.
Existen
algunos hechizos, que podíamos describir como poseedores, de un verdadero tacto,
sensitivo de la impresionabilidad, que de pura delicadeza, llegan a ser dolorosos
y enfermizos.
Pero
el talento, que no resulta un indigente del espíritu, y aunque temporalmente este
ciego o deslumbrado, por esa primera luz, puede llegar a resultar clarividente,
aunque así mismo, desconozca las sensaciones y los goces del ardor de las
pasiones humanas.
Debemos,
en todo momento, saber diferenciar entre sostener una mano y encadenar un alma, puede ser el equilibrio entre mantener la inteligencia, y no someterse a la ignorancia, recordar que con
falsas alegrías y emociones, nos subyuga al deseo y nos aleja del conocimiento
y del pensar reflexivamente.
Amor ¡¡… eso que hay de común entre la mente,
lo infinito, los sueños y la nada.
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