El ” sin vivir ”
Hemos de admitir, que en este mundo por lo menos, existen dos tipos de
tristezas, una podría estar definida por ser la tristeza de los tristes y otra
la de los alegres.
Ante la tristeza de los tristes, la inmediata solución es huir, si no
es así, rápidamente nos percataremos de ella, por lo conocida, monótona y pegajosa,
que manifiestamente resulta en algunas personas, si bien aunque nuestra
reacción es mirarla con indiferencia, es una abrasadora lava, que contagia y se
define como un autentico calvario y tormento.
También hemos de definir el otro tipo de tristeza existente, sería la
de los alegres, resultando esta, como insólita y casi ignorada, y que aunque no lo creamos, si absorbe nuestra
atención. Aunque se asome bajo rostros de sonrisa franca y afectuosa, si
subimos al cerebro o descendemos a su corazón, allí sí, se manifiesta el dolor
con toda su imponente y lúgubre majestad.
Así que cuando la vida se ve de lejos, allá desde un rincón de la pena,
ante nosotros, aparece un inmenso cuadro disolvente, sobre el que se vislumbran
algunas alegrías, con apariencia de soles fugaces, que no tardan tiempo en
ocultarse, ante las espesísimas sombras, que arrojan sobre el lienzo nuestras oscuras
amarguras.
Y con complacencia, diremos que la vida no es más, que el desarrollo
continuo de un drama eterno y luctuoso, en el que involuntariamente los actores
cambian, varían las incidencias, se modifican las escenas, se precipitan los
desenlaces y cada cual, cuando le toca su turno, es protagonista en la
espontanea revelación de sus propios dolores.
El antifaz más raro del dolor es la alegría.
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